El gobernador Francisco Domínguez vive el crepúsculo de su administración. Por lo general, bien calificado por las encuestadoras, sufrirá, de hoy en adelante, el calvario del descrédito, el de haber sido señalado como uno de tantos, otrora senadores de Acción Nacional que otorgaron su venia para emprender la reforma energética sin obstáculo alguno. Pero no por convencimiento de sus bondades, sino por un soborno millonario.
Tarde o temprano, o más temprano que tarde, esta amarga revelación nublaría el cielo de su prestigio. Fue en esta ocasión la voz delatora de Emilio Lozoya la que evidenció el desliz del Ejecutivo queretano. Una vergüenza para él y para su partido, en tiempos idos noble opositor del ‘statu quo’ oficial.
Así opera nuestra ‘democracia’. A falta de persuasión, un ‘cañonazo’ a lo Álvaro Obregón cuyo cinismo no parece haber sido desterrado de nuestros lares. ‘Está bien, si no te convenzo por las buenas, será por las malas; un buen puñado de monedas no te caería mal’, pudo haber dicho un tal Sr. Kors, máscara de un inescrupuloso intermediario del entonces presidente EPN, que con la promesa de un apoyo, por lo bajo, para alcanzar el ‘virreinato’ por así decirlo, parecía irresistible. Y es que EPN, por demás ansioso, para llevar al cabo las reformas a la Constitución que le permitirían abrir los candados para modernizar, quiero decir, poner al día el rumbo energético, por demás necesario dadas las urgencias del mundo global; dado, en consecuencia, el anacronismo de una política a la postre insostenible. Pues que el nacionalismo había agotado sus días, como lo demuestra la actual bancarrota de la empresa paraestatal.
Sin embargo, la convicción de la apertura era ajena a senadores y diputados panistas, no así la ambición de su billetera. De modo que ésta –la ambición digo– resultó más eficaz que la sensibilidad histórica, a la postre suicida ética y políticamente hablando. La inflexión quedará impune desde el punto de vista jurídico, pero no así su costado moral. Esta vez fue Lozoya el autor del gran chisme mediático. Aunque de cualquier modo, un día los mexicanos llegaríamos a saber teje y maneje turbio de esos ‘acuerdos’ tramados en los sótanos del poder. Pues el escándalo es la sustancia misma de nuestras emociones colectivas.