En el lejano 1926, cuando no se usaba de manera tan arbitraria y mercantil la expresión “best seller” para calificar o inducir el valor de un libro por el número de sus compradores –o como diríamos ahora, de las descargas– Paul Henry de Kruif , un biólogo estadunidense publicó “Los cazadores de microbios”.
Hoy, muchos años después, los hombres seguimos afanosos en el safari planetario tras una vacuna contra el Coronavirus, una “bala mágica” como le llamó el premio Nobel de Medicinade 1908, Paul Ehrlich a su descubrimiento contra la sífilis, principio arsenioso de eso llamado hoy quimioterapia.
La narración sencilla y amena de aquella proeza intelectual de quienes dejaron de buscar respuestas en el cielo, los astros y los dioses, para indagar en las profundidades infinitas de la vida invisible las caprichosas e impredecibles formas de actividad de las proteínas, asentadas entre nosotros y lejanísimas de nuestros ojos, es la materia de este libro cuyo relato, desde la fabricación del microscopio por Antonie van Leeuwenhoeka mediados del siglo XVII, hasta la genialidad de Pasteur y Koch, resulta hoy –quizá como nunca antes— un libro actualísimo.
Sobre todo porque ante el virus del Covid 19, el altivo hombre contemporáneo, cuya soberbia tecnológica le permite transmitir señales por el espacio, fotografiar el mundo desde los satélites artificiales, hacer rodar un automóvil por los secos canales de Marte o maquillar las rubias pestañas de los astros y vivir en las plataformas ingrávidas del cosmos, se halla tan inerme y asustado ante el Covid19, como lo estuvieron los enfermos de la peste en 1348 cuando un barco infestado de ratas atracó en Nápoles y dispersó la pandemia con la ayuda de las pulgas. Murió la mitad de los habitantes del mundo conocido.
Hoy –lejos de chamanes y “limpias”–, las luces no se apagan por las noches en los laboratorios biológicos.
La “ciencia neoliberal” (como la llaman nuestros científicos de “corta y pega”) es la única esperanza y en busca de la vacuna se ocupan entre los tubos de cristal, los matraces, las retortas y las cepas de extraños cultivos, en busca de un preventivo y de los medicamentos cuya combinación sane al mundo.
Cada semana, desde hace varios meses, leemos noticias en torno de los avances de una vacuna. Y cada siete días, como Sísifo, vemos caer esa esperanza o la miramos diluirse en el mar de otras informaciones, mientras la duda, la perplejidad y las ocurrencias, infestan las políticas públicas, por lo menos en México, sitio y destino de nuestros mal cuidados pesares.
Ahora aparece en el horizonte el salvador nacional: Carlos Slim se ha aliado con el gobierno argentino para colaborar con Astra Zéneca, en el desarrollo de la tan anhelada vacuna.
Parece como si las primeras líneas del libro antes comentado, se volvieran a iluminar con la actualidad.
“…Vivimos afectados ( e infectados) por “criaturas que habían vivido, crecido, batallado y muerto, ocultas por completo a la mirada del hombre desde el principio de los tiempos; seres de una especie que destruye y aniquila razas enteras de hombres diez millones de veces más grandes que ellos mismos; seres más fieros que los dragones que vomitan fuego, o que los monstruos con cabeza de hidra; asesinos silenciosos que matan a los niños en sus cunas tibias y a los reyes en sus resguardados palacios. Este es el mundo invisible, insignificante pero implacable”, cuyas murallas se quiere derribar.
Pero mientras los capitales del señor Slim vienen en rescate de los latinoamericanos, el Señor Presidente se suma a la caravana del buen augurio y olvida las pendencias contra sus antecesores para celebrar gustoso:
“… realmente algo excepcional que nos va a ayudar mucho a que se mantengan la esperanza a que se acabe la incertidumbre y tenga la posibilidad de una vida sana…. una muy buena noticia para el pueblo de México, se les va a dar a conocer que ya existe este proyecto para tener la vacuna contra el Covid, contra la pandemia, lo que significa tranquilidad y salud”.
“…Pasteur y sus ayudantes supieron que, al cabo de tres años de labor, tenían entre las manos la victoria sobre la hidrofobia, porque así como los dos perros vacunados saltaban y olfateaban en sus jaulas sin dar señales de anormalidad alguna, los otros, que no habían recibido las catorce dosis preventivas… lanzaban los postreros aullidos y morían rabiosos…”
Tres años le tomó a Pasteur, ¿cuántos a Slim?