El tedio es una terrible enfermedad que contraen los que no tienen nada qué hacer o los que están hasta el gorro de repetir las mismas cosas que cotidianamente hacen. En el confinamiento, esta pinza agarró del cuello a quienes no sabían qué hacer con ese nuevo espacio desocupado y a los que en el horizonte veían el regreso a la rutina diaria, principalmente la laboral, una actividad aburrida, que no les provocaba ni apasionamiento ni alegría. El resultado: el vacío, la impotencia; la ausencia de sentido. El himno del enfermo de tedio clavado en la frente: “Todo me vale madre”.
La primera sugerencia sería tomar conciencia de ese abandono de sí mismo y del Mundo; de esa nada, hasta sentir tristeza, sufrimiento y desesperación. No se puede huir de la realidad dejándose caer en un pozo de negrura, Sentir, sentir, lo que sea, todo es preferible a la nada. Varios son los parteros del conocimiento: la sorpresa, la curiosidad, el humor y el dolor. El líquido amniótico de estos parteros son: la soledad, el ensimismamiento y el silencio. Por mi temperamento enigmático, melancólico, indescifrable, más bien de queretano medio mamila, mi remedio personal es el humor. El humor es un grito de protesta, un ¡ya basta! A algo que nos asfixia. El humor es una expresión de amor y una forma de enfrentar la realidad. (Y no le sigo con el tema, por enésima vez les recomiendo mi libro: “La letra con humor entra” Trillas).
La cuestión es que, si bien la risa humorística es una reflexión íntima, tiene como vocación compartirse con los demás. La risa pone en contacto y se tiene que estar en contacto. Comparto letra a letra lo que afirma Cioran: “Detesto a la sociedad, pero vivo en ella porque no me puedo reír solo”. Si logramos vencer este rechazo a la convivencia, empezamos a compartir experiencias y se desvanece la idea de que todo es efímero e inútil.
Hay quienes la angustia y dolor los sacude, lejos de lamentarse por estas sensaciones, pueden ser los detonadores de una búsqueda de respuesta a ese estado de ánimo tan deplorable. En suma: revelarse. El tedio puede pasar de ser un hoyo negro a una fuente de reflexión y cambio. Después de todo, la felicidad es el gran propósito de la existencia; lo cierto es que la alegría no produce grandes ideas, es el dolor y las catástrofes lo que más enriquecen el pensamiento, siempre y cuando no nos abrumen.
El tedio es una forma de huída de la vida, si logramos vencerla y hacerle frente a esa fuga que se deleita en el vacío, es momento de separar el grano de la paja. Las reacciones son infinitas, se me ocurre: analizar realmente lo que necesitamos para vivir; evaluar la calidad y satisfacción en nuestro trabajo; cambiar rutinas y experimentar nueva ilusiones y placeres o, en su caso, como los orientales, vivir como si se estuviera muerto y cultivar el desapego. Lo más real, el tedio y el virus nos obligan a pensar en la muerte y por lo tanto, para mí como buen queretano: en Dios. Reaccione como quiera, pero bajo la convicción: nada es para tanto.