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La higuera, la boca al aire, la queja inútil

EL CRISTALAZO

por Rafael Cardona
4 agosto, 2020
en Editoriales
El “fusil” tecnológico en la IV-T
1
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Arduo y quizá imposible sería el intento de ex­plicar la relación entre los actos impuros y el uso de un simple cubrebocas pa­ra evitar la propagación del virus pandémico llamado como todos sabemos, COVID-19, pero en las incomprensibles urdimbres te­tramórficas contemporáneas, cuando el galimatías y el absur­do son emperadores, el jefe del Ejecutivo y presidente del Con­sejo de Salubridad General de es­te país, ha condicionado el uso del KN95, con el fin de la corrupción.

También ha dicho, si el cubrebocas alentara el de­sarrollo —o mi tía tuviera ruedas, ¿verdad?—, me lo pondría de inmediato, cosa hasta ahora no vista por nadie, ni siquiera por el balbuceante y públicamente reprendido secretario de Hacienda, Don Arturo He­rrera, y sus fallidas “analogías”.

Pero quedémonos ahora en la incomprensible vin­culación entre dos mundos sin vecindad alguna: la ética y el contagio.

En esas condiciones de forzada relación, alguien podría decir, yo no me voy a lavar las manos hasta no ver erradicada la mugrienta costra de la corrupción y no faltaría quien se opusiera a la “sana distancia” entre las personas, para bajar los riesgos de contagio, hasta en tanto no sean eliminados de nuestra vida pública y privada (de una vez) la dádiva por debajo del agua o el enjuague por encima del canon.

Las actitudes inmorales, las conductas fuera de to­da ética o legalidad, no deberían usarse, en machicue­pas de verdadera propaganda, como condicionantes de la eficacia de las medidas sanitarias, excepto si acu­diéramos a nuestra tradición católica y recordáramos cómo la santidad de Felipe de Jesús —pecador indo­mable en las Filipinas— modificó las leyes de la gené­tica vegetal y la vida misma de una higuera, cuyo tron­co seco volvió a la vida y soltó gordos y maduros fru­tos mientras el santo mexicano ascendía a los altares.

Si la higuera reclamaba la santidad de Felipe pa­ra reverdecer, la pandemia declinará cuando todos seamos puros y limpios, santos sin trámite de cruci­fixión; cuando nadie lucre de manera indebida y to­dos paguen sus impuestos, reparen el daño y se encie­rren obedientes en sus casas (como ha hecho de ma­nera ejemplar el señor Lozoya), cuando las madres de los narcotraficantes vayan a misa a murmurar en los altares la conversión de sus hijos a quienes ya nadie deba amonestar por sus delitos ni su mala conducta, cuando vivamos en el reino de los cielos y la pureza nos marque como si fuéramos todos serafines, majes­tades, tronos o dominaciones.

Pero mientras eso ocurre —y en el nombre de la indeclinable propaganda anti corrupción—, la mano poderosa de nuestro Señor Presidente cierra los mer­cados al producto farmacéutico nacional, sucio y cos­toso y le encarga el suministro de medicinas a las Na­ciones Unidas, magno organismo internacional cuya inutilidad ha sido probada a lo largo del tiempo con evidencias de paquidermo multilingüe, como ya su­pimos en su malograda intervención en la fracasada venta de un avión usado por el faraón de Atlacomulco.

Y de paso resucita ese viejo complejo nacional de recurrir a la vigilancia extranjera en campos donde los de afuera en nada nos superan y cuya preferencia nos frena y nos retarda.

No se necesita demasiado para demostrar la raíz del atraso de México en el conjunto universal: la de­pendencia, la frustración económica cuyos antece­dentes desde el tiempo novohispano poco se modi­ficaron en siglos.

La provincia gobernada por los virreyes, no tuvo tiempo ni aliento para desarrollarse y crear. Su con­dición de saqueo y expolio ha sido crónica.

Como dice David Brading al analizar la conformación de la élite religiosa como factor de poder y fermento del “patriotis­mo criollo de la época”, los reli­giosos llegados a la Nueva Espa­ña desde Europa, no les conce­dían a sus “primos” americanos “dotes de gobierno”. No lo olvi­demos; Hidalgo, antes de todo, era un cura y la religión católica es una de las causas del fracaso.

La tara de la vida colonial es esa, simplemente, ser proveedo­res para la riqueza de una metró­polis instalada en la molicie de su comercio, nunca de su industria.

De ahí provienen la ausencia científica, la poca in­versión en el mundo intelectual, el auge extractivo de la minería (y siglos después del petróleo), la muy tar­día y desfasada industrialización nacional, el subde­sarrollo y lo peor: la mentalidad sumisa: todo lo pue­den hacer mejor los extranjeros.

Así, como explicaba Montesquieu en “L’esprit des lois”(1748), la opulencia minera arruinó finalmente también a la metrópolis la cual tenía dinero para pa­gar sus importaciones y nula capacidad para fabricar sus productos e industrializar su mundo.

“…Las Indias y España –dijo—,son dos poderes bajo un mismo amo; pero las Indias son el principal, mientras España es el accesorio…”

No importa si por ese conjunto de contradicciones llamamos al rubio austriaco y lo vestimos de charro o les pedimos a las Naciones Unidas su intervención pa­ra comprar aspirinas, vender aeroplanos o mandamos analizar un reguero de huesos calcinados en las már­genes del río San Juan, a lejanos laboratorios (tam­bién austriacos) en Innsbruck, cuando bien podría­mos hacer aquí los exámenes forenses cuyos resulta­dos tampoco dejarían satisfechos a los industriales de la protesta, por cierto. Pero preferimos a los forenses argentinos, los “piro-sabios” peruanos y los “expertos” internacionales de la OEA.

Residuos tropicales del pensamiento colonial has­ta para agradecerle al emperador del Norte su apa­rente gentileza de no tratarnos como colonia sin re­cordar —en la conveniente amnesia sometida—, las amenazas de progresivas tarifas comerciales si no hu­biéramos puesto a su servicio el control migratorio de nuestras fronteras con la potencia y eficacia de una Guardia Nacional insolvente cuando se trata de nar­cotraficantes y huachicoleros.

Todo esto ocurre en días cuando la fiesta de cifras, cálculos, actualizaciones, semáforos de muchos colo­res, como un enorme arco iris de ineptitud, sustituye a la seriedad en el tratamiento de la epidemia abru­madora, y el subsecretario de Salud, vocero y conseje­ro presidencial, Hugo López-Gatell (“Gatínflas”, para los amigos), colma el costal de piedras en nueve esta­dos de la República, cuyos gobernadores deciden ex­presamente solicitar su dimisión, con lo cual no van a conseguir nada sino su canonización, porque no se sabe de mudanza presidencial alguna cuando la au­toridad ejecutiva percibe cualquier grado de presión, excepto si viene de Donald Trump.

Pero los demás, podéis iros por el camino de Pa­lenque a donde ya sabéis, sitio y destino mexicano por cierto muy concurrido, porque pronto a ese eu­fónico lugar le va a caber un país entero, con todos sus habitantes.

De nada van a servir las quejas de esos gobernado­res, como de poco les han sido útiles sus demás acti­tudes de oposición. Viven sometidos, asustados, es­pantados a la hora de la hora, pero queden sólo para el registro estas palabras suyas.

“…Los gobernadores de 40 millones de mexica­nos y mexicanas, demandamos al gobierno federal la salida inmediata de Hugo López-Gatell y que se ponga al frente, a un experto en la materia, con conocimiento y humildad para enten­der en toda su dimensión los temas de esta crisis de salud, tan grave como la que esta­mos atravesando.

“La emergencia sanitaria exige no sola­mente de un especialista, sino de un perfil con sensibilidad, inteligencia y un alto sen­tido de responsabilidad que el señor Gatell carece y lo demuestra cada vez que emite in­formación contradictoria, confusa e incohe­rente que nos muestra el indolente número de muertes en México…”

Firman (para nada), Martín Orozco San­doval, de Aguascalientes; Javier Corral, de Chihuahua; Miguel Ángel Riquelme, de Coahuila; José Ignacio Peralta Sánchez, de Colima; José Rosas Aispuro, de Durango; Diego Sinhué Rodríguez, de Guanajuato; Enrique Alfaro, de Jalisco; Silvano Aureo­les, de Michoacán; Jaime Rodríguez, de Nue­vo León, y Francisco García Cabeza de Vaca, de Tamaulipas.

En verdad es una pena.

Cuarenta millones de personas viven en esos estados y son gobernadas por esos indi­viduos cuya gallardía y pecho a la metralla no van a servir absolutamente de nada.

La pandemia nos seguirá llevando al pan­demonio.

Etiquetas: COVID 19KN95Salubridad General

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