ESTRICTAMENTE PERSONAL
Todos los esfuerzos de la Secretaría de Relaciones Exteriores para que la visita a Washington este miércoles tuviera la fachada de una cumbre trilateral con Canadá para celebrar la entrada en vigor del acuerdo comercial norteamericano, fracasaron con la confirmación del primer ministro Justin Trudeau que tenía cosas más importantes que hacer en Ottawa: reuniones con su gabinete y la instauración del Parlamento. Lo curioso es que el jueves 9, cuando se tenía prevista la reunión con los presidentes Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador –a 50 minutos de distancia en avión-, en la cámara de los comunes canadiense sólo están programadas reuniones de comités, pues su instauración será un día antes.
Trudeau no se prestó al juego de Trump, que no tenía en la cabeza al canadiense cuando en la última semana de junio anunció que se reuniría “pronto” con López Obrador. Su participación iba a ser de comparsa en la estrategia electoral del estadounidense, que tiene casi nueve puntos de desventaja frente a su adversario demócrata Joe Biden, en las preferencias electorales. Trudeau no le sirve electoralmente a Trump; López Obrador, en cambio, será utilizado para seducir el voto hispano, que representa el 11% del electorado. Si López Obrador saluda de mano a Trump, ¿significa que cambiará las políticas migratorias? Jamás, pero sembrará dudas.
Trump está acelerando la marcha para conquistar el voto hispano, que algunos analistas consideran decidirá la elección presidencial en noviembre próximo. Desde el domingo, la Casa Blanca había descontado la cumbre trilateral con Trudeau, y en lugar de abrir un espacio para ella, aunque fuera en calidad de pendiente, programaron para el jueves una reunión de Trump con los líderes hispanos en la Casa Blanca. ¿Asistirá López Obrador? Nadie fuera de un círculo muy pequeño alrededor de él conoce si participará en ese encuentro, pero no se necesita tener esa información para imaginar que si Trump lo demanda, el Presidente de México, acatará su deseo.
La visita a Washington es tóxica, y López Obrador comenzó desde el fin de semana un control de daños, tratando de reducir las críticas que se le hacen a la visita, como si fuera un asunto ideológico. Al Presidente no le ha gustado la enorme controversia que ha causado su viaje a Washington, que ha enmarcado como muy importante por la entrada en vigor del acuerdo comercial –cuando se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los tres líderes se reunieron para la ceremonia de conclusión, pero cuando entró en vigor, todos estaban en sus casas-. Ese argumento es un mero pretexto para cubrir cara y esconder que los apoyos de Trump en las reuniones petroleras y facilitar compras de equipos médicos para el coronavirus, no fueron gratuitos.
La forma entreguista de López Obrador ante Trump desde que asumió la Presidencia, le cerró los márgenes de maniobra que otros presidentes han tenido frente a las presiones de sus contrapartes en la Casa Blanca. Luis Echeverría aguantó la de Richard Nixon y votó por el ingreso de China a la ONU; José López Portillo lo hizo con la Declaración Franco-Mexicana sobre El Salvador; Miguel de la Madrid resistió a Ronald Reagan con el Grupo Contadora; Carlos Salinas condenó la invasión a Panamá ordenada por George H.W. Bush; Ernesto Zedillo logró, con la amenaza de irse a una moratoria de pagos, el apoyo de Bill Clinton para salir de la crisis del sistema de pagos. López Obrador, más en línea con Felipe Calderón en su colaboración con Washington, se excedió en la genuflexión como si Trump le provocara terror. Su racional de no querer pelear con él, ha superado lo racional.
Durante la mañanera del lunes, López Obrador eludió preguntas difíciles sobre este encuentro con mentiras. Una notoria, al afirmar que su gobierno ha logrado el respeto para los mexicanos por parte del gobierno de Estados Unidos. Trump comenzó su campaña electoral en 2015 acusando a los mexicanos de criminales, narcotraficantes y violadores. El discurso de odio –que López Obrador equiparó en ese entonces con los ataques de Adolfo Hitler en contra de los judíos-, creció. En octubre, The Washington Post confirmó que Trump quería que a todo migrante que cruzara la frontera sin documentos desde México, les dispararan.
López Obrador ha guardado silencio ante las agresiones de Trump. No quiere contrariarlo. En ninguna de sus conversaciones telefónicas con él ha hecho la defensa de los migrantes mexicanos. En la mañanera, respondió la pregunta si hablaría con Trump sobre el programa de los dreamers, de manera cantinflesca. El tema migratorio no está en la agenda de conversaciones, y el contexto, además, es muy malo. El jefe de gabinete de la Casa Blanca, Mark Meadows, sugirió en una entrevista con Fox News que esta semana esperaban volver a presentar ante los tribunales su propuesta para cancelar el programa de los dreamers, que afecta a 800 mil mexicanos que llegaron a Estados Unidos sin documentos. ¿No dirá nada una vez más?
El manejo de López Obrador sobre el tema migratorio, que siempre causa escozor en las dos naciones, es cambiar la realidad. En su mañanera le recordaron que organizaciones de migrantes querían viajar a Washington, y el Presidente los llamó actos de “solidaridad”. Es lo opuesto. Van a protestar por la visita a Trump, y reclamar porqué no ha defendido a los migrantes. Tom Pérez, presidente del Comité Nacional Demócrata, fue más allá. “¿Le preguntará a Trump -le dijo a López Obrador- si todavía piensa que los mexicanos son violadores y asesinos?”.
Claro que no le dirá nada. El Presidente de México va a pagar favores y apoyos, no a confrontarse. Como publicó el semanario británico The Economist el viernes pasado, lo único que ganará López Obrador del viaje son millas de viajero, al volar en avión comercial.
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