GOTA A GOTA
El progreso es un cambio hacia algo mejor. Aunque relativo, a eso aspiran las sociedades civilizadas. Es un proceso. No sigue una línea recta ni cierta. Pero es ideal en los ámbitos de la libertad, la seguridad, el bienestar individual y colectivo. Largos años han implicado a México poner fin a la “dictadura perfecta” como le llamó Vargas Llosa. Lenta fue la alternancia, la creación de organismos autónomos, un nuevo clima democrático. Gracias a todo esto, el oriundo de Macuspana está ahí, donde está, sentado, por así decirlo, en la silla presidencial, a despecho de lo que él diga: que fue por la gran ola, pero sin ese devenir histórico, su tozudez se hubiera quedado en la orilla. Pero ahora resulta que él, y nadie más puede garantizar la limpieza de los comicios del próximo año. Por lo tanto, ha declarado que será “el guardián”. Como un ciudadano cualquiera. Pero él no lo es: es el presidente. Y por ende, no le es dado convertirse en juez y parte. ¿Teme perder la mayoría en el Congreso? ¿Desea asegurarse el triunfo para gobernar a sus anchas, sin contrapeso alguno? ¿No hay en el fondo una profunda inseguridad emocional y política, una desconfianza perversa en los árbitros constituidos? ¿No pone al desnudo su talante autoritario con esa pretensión de ser árbitro de los árbitros? ¿No evidencia esa manía de vigilar todo, incluso de ningunear a los millones de ciudadanos que disponen de su tiempo y buena voluntad para atender las casillas electorales? Árbitro de los árbitros, vigilante de los vigilantes. No, esa no es su función. Viejo metiche, diría mi abuela. Lenin decía que en política, a veces se da un paso adelante y dos atrás. La intromisión presidencial no significaría, dos pasos atrás, sino muchos más. Un regreso a la dictadura perfecta, obra de un político caprichoso, de un mal perdedor. Como ha sido siempre el tabasqueño a quien le persigue la funesta sombra de un fraude, el paranoico prejuicio de ser vencido, ese no saber que la democracia es invariablemente una apuesta, una incertidumbre. Y que la libertad, incluida la de votar en un sentido o en otro, es, como diría Jean Paul Sartre, ‘es decir no’.
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Está bien que cante, con Violeta Parra, ‘gracias a la vida’ que le ha dado tanto. Lo que le negó fueron ‘dos luceros’ para distinguir ‘lo negro del blanco’. Y que también recuerde que después de tanta gratitud, la dama se suicidó.