GOTA A GOTA
Andrés Manuel, el de Macuspana, ahora huésped del esperpéntico Palacio Nacional, tiene prisa. Los trabajos de la terminal aeroportuaria de Santa Lucía deben concluirse como él lo ha dispuesto. Quienes laboran los tres turnos en su construcción, provienen de todos lados. En consecuencia, no pueden regresar a sus hogares después de la jornada diaria. Por ende, pernoctan en las inmediaciones, hacinados en pequeñas habitaciones, de suerte que si uno se contagia del Covid-19 contagiará a todos los demás. Y más tarde, los fines de semana, a sus familias. Es una ignominia, una infamia, una falta de respeto a la dignidad de toda esa gente humilde, un atentado a su salud. ¿Ha puesto atención en ello el ‘divino tabasqueño’? ¿Esa es la ‘izquierda’ que aspira a transformar a este país? ¿Este es el cuidado de un líder que ama a su pueblo bueno y sabio, en mitad de una pandemia devastadora? ¿El señor se ha tomado la molestia de supervisar las condiciones en que vive esa gente, su alimentación, los espacios de su convivencia nocturna? Que se sepa, no. Y si aparecen contagiados, allá ellos. Otros, sanos, los reemplazarán. Mano de obra sobra. Hay un ejército de reserva, diría Marx. Me duele su indefensión, pero también su falta de coraje para exigir la protección de sus vidas y de los suyos.
La indiferencia de Andrecito y claro, de su secretaria del Trabajo Luisa María Alcalde, una niña-bien que ni siquiera es capaz de usar el cubrebocas cuando ingresa a un centro comercial, que circula en sentido contrario, pues que, ella, dueña de la confianza del tabasqueño, se puede tomar esa y otras libertades. El hecho de que sea una egresada universitaria no acredita decencia ni compromiso. Pobre de mi México en manos de todos estos irresponsables, cuyas prendas académicas solo sirven para encaramarse en lo más alto de la burocracia que, por otra parte, no tiene ni pies ni cabeza.
Y me pregunto: ¿Para qué tanta algarabía? ¿Qué línea aérea ocupará Santa Lucía, si todas están a punto de quebrar? Y nadie se ofrece para salvarlas. La prisa es aún más ignominiosa: el desenlace será el de una terminal vacía, será el amargo fruto de los contagios.