A Socorro, mi madre, gran telenovelera a nueve años de su partida
Hasta la invención del celular y la revolución de la informática, las telenovelas eran los programas con más rating de la televisión mexicana. El entretenimiento tenía como eje las historias que se contaban, algunas, como las llaman en otro contexto, eran auténticos “culebrones” por los muchos episodios que generaban expectación en las audiencias y a veces eran alargadas a propósito cuando el rating era alto, aunque eso no significara mejorar la historia. Se fueron probando fórmulas como integrar a algún cómico o a viejas bataclanas en decadencia como Ninón Sevilla, Rosy Mendoza y Rosa Carmina en Rosa Salvaje, María la del Barrio y otras , cuyas participaciones eran insulsas, carentes de gracia y sin mella en el argumento principal de la historia. Los guionistas de dramas no podían haber sido los mismos que escribieran esketches para comediantes; de ahí su fracaso.
Pero, lo que disntinguió a la telenovela mexicana fue la repetición hasta el hartazgo de la eterna historia de la Cenicienta que se casaba con un señorito; no obstante, fueron memorables Simplemente María, producción peruana, donde una mujer de origen humilde e indígena, encarnada por Saby Kamalich, se empodera a través de su oficio de costurera, pese a ser una madre soltera de la que había abusado el hijo de sus patrones. Esta fòmula venida del extranjero tuvo gran aceptación y desde entonces, la empresa de Azcárraga Vidaurreta comenzó a comprar guiones en el extranjero, sin dar oportunidad alguna a los escritores mexicanos que llenaban con éxitos el panorama literario. Jamás se hizo adaptación de alguna novela de Fuentes, Spota, Rosario Castellanos o Ibargüengoitia para la televisión, en cambio, el cine sí hizo mucho al respecto, con Pedro Páramo , La Muñeca reina y Las Visitaciones del diablo o En este pueblo no hay ladrones.
Años antes había sonado en la radio con gran éxito otro argumento del cubano Félix B Caignet: El derecho de nacer, que pronto se adaptó al cine y de allí a la televisión. Una historia que exaltó, como muchas otras, el amor incondicional de la madre, sin cuestionar nunca la debilidad de carácter de María Elena la madre de Albertico Limonta, las mujeres sometidas y de carne débil perfilaban el mundo famenino que privaba en la sociedad también. Mujeres emancipadas eran criticadas, estigmatizadas y rechazadas y así se las presentaba en el melodrama cotidiano de la programación vespertina de la televisión.
En la era del populismo echeverrista, las telenovelas fueron aprovechadas para difundir mentalidades sobre el control del número de hijos, la alfabetización y la historia de México. Algunos proyectos resultaron novedosos y de buena calidad, con actores reconocidos como Silvia Derbez, Tina Romero y Héctor Bonilla, bajo la dirección de Miguel Sabido.
En sus inicios, y a falta de guionistas y argumentos originales se adaptaron algunas obras clásicas como El Retrato de Dorian Gray, y El abanico de Lady Windermere. Se atribuye a Fernanda Villeli la primera historia de alcance nacional ,que ya habí sido llevada al cine, en la que la figura masculina era humillada y denostada en el personaje de Gutierritos encarnado por Rafael Banquells y una actriz de carácter como Maria Teresa Rivas. Muchas historias se hacían con la limitación técnica de aquellos tiempos, sin apuntadores, de memoria, con estudios de cartón y escenaografías inadecuadas y prácticamente con una o dos cámaras. Sin embargo, lo más rescatable de aquellos ayeres era el trabajo actoral que se llevaba a cabo y que con los años se perdió, pese a la creación de una escuela de actores: el CEA de Televisa.
Esta escuelita sin registro formal, ha “preparado” a la generaciones de estrellitas de telenovelas de los últimos cuarenta años sin que por alguien se diga que es un buen actor. Muchos de sus alumnos son sacados, en medio de los cursos, para que hagan algún papelito y si lo hacen como el director necesita, ya no regresan a continuar su formación. Quienes tienen alguna formación actoral provienen de otras escuelas como la de Bellas Arte o la Academia Fernando Soler y en las últimas décadas de los cursos de Sergio Jiménez (finado) Adriana Barraza o de Luis Felipe Tovar.
El criterio de la productora más grande de telenovelas durante muchos años ha sido el fisico, rostros agradables en la pantalla, de preferencia de ojos y cabellos claros. Por varias décadas se importaron rostros sudamericanos. Y aún más, hay pseudoactores que cuando financian alguna producción obtienen participación como han sido desafortunadas actuaciones de Camil, gracias a los aportes de su finado padre.
La compra de guiones en el extranjero no ha sido afortunada en la mayoría de los casos como sucedió con la versión mexicana de Café con aroma de mujer, en la que trataron de promover la producción tequilera, un tema que no era necesario pues los colombianos sí hicieron su telenovela para competir en el mercado internacional del café con otro poderoso productor cafetalero como Brasil. Desde allí, Destilando amor era una aberración como poner a una mujer con la imagen de Angélica Rivera, como jimadora donde no existían esos oficios para una mujer. Otro guión con cierta fortuna fue el de Para volver a amar del cual no se reconoce abierta y públicamente la buena hechura de esta historia que tiene su versión colombiana de más de quince años en, El Último Matrimonio Feliz.
El racismo galopante de Azcárraga dominó los escenarios televisivos reproduciendo acríticamente el clasismo, el racismo, el machismo y una ideología colonialista que ya no se sabe venida de donde. Por décadas la mentalidad de las familias, de los jóvenes, de madres y padres fueron definidas por los criterios de los productores de Televisa como Ernesto Alonso, Valentín Pimstein y ahora, Carla Estrada y Juan Osorio, además de algunos nombres franceses asociados a la parentela política del heredero del consorcio televisivo.
Prácticamente nadie con autoridad académica y profesional, le ha dicho sus verdades a Televisiva sobre la mala calidad de sus telenovelas y los conductores, que tampoco tienen una formación en comunicación, se han entretenido alabando actuaciones tan malas como las de Thalía en tres remakes pésimos, al grado de nombrarla reina de las telenovelas en competencia abierta con Lucía Méndez, a quien recuerdo en Viviana, una excelente historia al lado de Maricurz Olivier y Héctor Bonilla; y a Verónica Castro quien quedó marcada por los dicharachos de Rosa Salvaje. A Televisa, la mercancía se le fue echando a perder sin que se diera cuenta y la versión más reciente de la otrora exitosa, Cuna de Lobos y su fracaso, es la prueba.
Es obvio que no hay una reflexión crítica de sus producciones y que lo más rentable es la ignorancia literaria de su auditorio que sigue suspirando por ser como Rosa Salvaje.
Como parte del proceso globalizador al consorcio Televisa, le está ganando la partida la amplia difusión que tienen hoy en día, las telenovelas y series turcas, pero al parecer no le importa, que el gremio que le produjo tantas ganancias se muera de hambre. Tampoco los actores, actorcitos y actricitas tienen conciencia de clase y pagarán por ello. Las recientes huelgas de guionistas y trabajadores de Hollywood debería significar un “pon tus barbas a remojar”. La compra de guiones originales no le interesa porque la audiencia le importa un rábano, por eso repiten hasta el cansancio sus mismas historias hasta que la gente termine por apagar el televisor. Las telenovelas mexicanas se han vendido en los países más pobres e ignorantes del orbe con cero producción como sucedía en el bloque socialista al que llevaron a Leticia Calderón, a Verónica Castro y a Felicia Mercado, pero ellas ni siquiera sabían en qué parte del mundo estaban.
Hace muchos años un pariente lejano que era floor manager, me invitó a visitar Televisa San Angel y pude constatar de primera mano, la tecnología de vanguardia que ya tenía a su servicio, las enormes consolas, la cantidad de estudios en los que se producían al mismo tiempo, telenovelas, programas y noticiarios. Pero eso no ha significado más calidad en su discurso, una renovación que permita elevar el nivel crítico de este país tan rico en historia como en cultura. Su producción no ha ido más allá de producir ganancias económicas en detrimento de una cultura literaria, que ha caído lastimosamente en el olvido.