El General texano – nacido en el territorio perdido en la independencia de Texas- Ignacio Zaragoza Seguin espera a unas simples varas de la ciudad de Puebla con cinco mil hombres perfectamente armados –no es el total del ejército, la otra parte está en secreta posición- a los invasores franceses, quienes en constantes escaramuzas creen que están a tiro de la capital. No especula un palmo siquiera de terreno, sus coroneles han enfrentado con cuerpo y tono la potencia de las armas de los invasores que gozan de un tino y valentía como pocos.
¡Ni siquiera los batallones conservadores les tundieron en feroz batalla! Sin contar la del general Mejía por supuesto ¡Eso se cuece aparte!
Más de veintidós escaramuzas se han llevado a cabo, una y otra se tunden en feroz batalla, saliendo victoriosos más los franceses ¡Aunque en las arremetidas muestran sus habilidades! Briosos coroneles del ejército de Oriente de inmediato hacen el apunte de sus lados flacos.
Sin mediar Zaragoza hace una estratégica jugada, una brigada de cuatro mil hombres fuertemente adiestrados son enviados a Atlixco para enfrentar al general Leonardo Márquez Araujo – aquel de padre queretano- bajo las órdenes del general Tomás Antonio Ignacio O’Horán Escudero, quien ampliamente recibe la orden de no dejar soldado con vida alguno. Desde que Zaragoza regresó de la visita del campamento de Mejía está extasiado por la victoria.
– ¡Entiende muy bien O’Horán! Quiero que los despedaces ¡Que no quede vivo ni uno solo de esos pinches traidores! Quiero que una vez los mates les cortes los dedos índices para que ni siquiera en el infierno tengan capacidad de volver sus armas contra los mexicanos. – ¡Eso me llevará horas mi general llevarlo a cabo! – respondió a la indicación, mientras Zaragoza le mira con una tiranía no antes vista, O´horan comprendió la orden, hizo el saludo marcial ¡Salió a cumplirla a cabalidad!
Cuando subió O’Horán a su monta el contramaestre le observó extraño, le preguntó: – ¿Qué sucede mi General? –Llevo peleando junto a Zaragoza años ¡Jamás había visto un semblante tan endemoniado! Parece poseído- Apoyado en los cuartos traseros de su bridón ¡Se levantó ante el toque de ataque! ¡Cuatro mil hombres en ordenada estampida se hicieron encima del ejército del traidor Márquez! Con tanta agilidad que la sorpresa fue su mejor aliado. Los cuerpos de caballería del ejército de O´horan están comandados por los generales Rafael Cuellar y Antonio Carbajal – expertos en las maniobras que se ejecutan de la gran escuela del general conservador Mejía-.
La ciudad de Puebla no iba a ser el refugio del ejército de Oriente, deben escalar a los fortines y los cerros para esperar el encuentro con los franceses que continúan avanzado, trincheras y grandes hoyos escondidos para que las montas invasoras quiebren los cuartos y caigan de bruces. Zaragoza dirige la unidad de cinco mil hombres más ¡Entrará a batalla! No importa el resultado ¡Se fajará ante el enemigo! ¡Por la Patria! ¡Por México!
A la invitación constante del gobierno de Benito Juárez a defender a la Patria por todo el territorio ante el invasor francés, el engrosamiento del ejército mexicano por la población de civiles tenía que ser comandado por un general de experiencia y con el ánimo de adiestrar a miles de inexpertos en las armas que, con el entusiasmo y dedicación por defender, se hinchan de corazón para hacer su labor, que por pequeña que parezca, en miles, es un arma poderosa ante el enemigo.
Toda esta tropa está a cargo del ciudadano comandante general de Estado Santiago Tapia quien además de fortificar la ciudad y plazas de los Ángeles –Puebla- está al mando de los soldados civiles que no han dormido por estar siendo adiestrados por el propio, ante arengas de lucha y ensalzando el valor de la patria, montado en su corcel hace de las poéticas odas al dios marte:
“… arrimad el fusil a sus cuerpos como la distinción de un abrevadero a la sed de la patria ¡Defender junto al corte del cajón – tambor- la soberanía nacional! A la voz de ataque ¿Ustedes que contestarán? ¡Por mi patria doy mi vida!, ¿Qué contestarán? – ¡Por mi Patria doy mi vida!… ¡Que nos bendiga marte ante nuestra sangre que ofrecemos al águila gallarda de la victoria!” Mientras les enseña como recargar su fusil y el uso de la bayoneta.
El propio general de puño y letra envía una carta a Zaragoza:
“… y hacerle saber en el tenor del infierno de la derrota y las mieles de la victoria que nuestro groso de ejército de voluntarios están a la orden de infantería ¡Preparados para la batalla en brioso ejercicio de no dormir por la Patria!, firma, atento suyo: el ciudadano comandante general de Estado Santiago Tapia…”
Siendo ya las diez del matinal los franceses avanzan al amague de Zaragoza que con una escaramuza de expertos de caballería – entre ellos la Guardia Nacional de Guanajuato- ¡Caen en la trampa del lugar exacto en donde se había diseñado la batalla! Cuatro mil hombres franceses divididos en dos baterías, doblan hacia el cerro de Guadalupe, otros mil de invasores se desprenden y rompen la batería de ataque. Las brigadas de infantería del General Felipe Berriozábal defienden los fuertes de Loreto y Guadalupe junto con el cuerpo de carabineros a caballo ¡Esto no lo esperaban los franceses!
El batallón Reforma de la brigada del General Lamadrid persigue pequeños ataques a los pueblos de las faldas de los cerros y no tienen piedad con ellos ¡Los capturados son fusilados como traidores a la patria! Con el previo registro de nombre, batallón al que pertenecen y su mando inmediato ¡Cientos de franceses mueren en esta jugada! Después saldrá la brigada a reforzar los fuertes de Loreto y Guadalupe.
¡No debe entrar ningún francés a la ciudad de Puebla! Los mapas de los pocos invasores que lograron hacer la cartografía del lugar han encontrado un punto flaco de la hermosa ciudad de los Ángeles ¡Un pasadizo secreto que lleva a los fuertes por debajo de toda la ciudad! Es un flanco que no cubre el ejército de Zaragoza.
¡Tres cargas de soldados franceses se lanzan hacia el frente del ejército de Oriente! La masacre se encarna en el cuerpo a cuerpo ¡Primero los disparos de fusiles! Al caminar unos pasos masacran mexicanos a los franceses con las bayonetas, una vez muertos, la orden es despojarlos con una hoz que se les dio ¡Cercenan el dedo índice de algunos soldados invasores y los guardan en el morral! Aquello es una escena que no olvidarán los invasores, quienes se repliegan ante el fallido de la embestida. Los de caballería del fuerte de Loreto salen en montas para alcanzar a los que se repliegan ¡No quedó ninguno vivo!
En el cerro de Guadalupe los dos ejércitos se trenzan en feroz batalla cuerpo a cuerpo, no se gana ningún espacio, el General Porfirio Díaz con una brigada del general Lamadrid y dos piezas de batalla del General Álvarez se enfrentan con la columna de franceses que alcanzan a ganar territorio defendido.
Díaz es un general joven, con gallardo uniforme de gala pelea desde su corcel en hábil control de su espacio que le rodea, cercena cabezas de los invasores y traspasa corpóreos uniformes franceses sin clemencia ¡No le tiembla la mano por adentrarse al corazón de la batalla! Hace un rito de mojarse las manos con la sangre del enemigo ¡En una mueca demoniaca! Observa al que será su siguiente víctima dándole alcance sin dejar de lastimar a los que quedan a su paso. Sabe que si la espada entra al cuenco del ojo puede lastimar su muñeca, pero si entra por la boca logra traspasar el cuello y la muerte es pronta.
¡Los franceses al ver al General Díaz corren a su resguardo! De nada les sirve, lo sanguinario de los hombres de Lamadrid y Álvarez comprenden que no debe haber disertación alguna en el campo de batalla ¡Vencer o morir! Los ríos de sangre comienzan a enlodar la superficie del cerro de Guadalupe ¡Los franceses no esperaban que la batalla dure tanto tiempo y encarnizada ¡Aquí no hay poemas ni amor alguno! Solo caen de un lado y del otro, cuerpos que deben ser atendidos en la muerte real ¡No quedar ni uno con vida!
¡Los cañonazos franceses hacen surcos en el centro del campo de batalla! Donde partes de los mexicanos desmembrados se dispersan en atroz carnicería.
Una vez regresó Díaz al par de varas del cerro recibió la orden por escrito de Zaragoza de ir por cada uno de los franceses “Que no regresen y se reagrupen los traidores ¡Id por el último suspiro enemigo!” al recibir la orden solo se volteó para alzar su espada ¡Levantó su monta en feroz visión! Arengó a sus hombres para que le siguieran ¡Una estampida de corceles armados hacen del cuenco del cerro alcanzando el campamento francés! ¡Son recibidos con cañonazos del enemigo! Mientras Díaz busca a toda visión al coronel de mando que huye corriendo hacia el fuerte mayor –toda una línea de soldados de retaguardia tiene que vencer – el mariscal invasor siente la cabalgadura del enemigo en su nuca, así que hace por desviarse del camino ¡Sintió la humanidad de Díaz que le fracturó una pierna! – el general Díaz de un salto había desmontado para caerle encima al mariscal- rodaron los dos, al verse incapacitado de reacción trató de invocar la clemencia de su contrincante ¡Quien soló sacó su espada! Le atravesó desde la boca hasta su nuca el brillante fulgor albo ¡No hizo por palabra alguna! Aunque en balbuceo, con su mano trata de agarrar parte del impecable uniforme del oaxaqueño ¡Las convulsiones morteras se presentan! Díaz hace de sacar y volver a meter la espada como al burel de tientas.
Cuando se dio la vuelta se observa entre varios espadas del ejército francés – ¡Puta madre! vocifera. Con movimientos ágiles hace por voltear a ver a uno y de reojo al otro esquivando las arremetidas ¡Si algo saben hacer los invasores es la suculenta escuela de la esgrima! Milenaria ¡Hace por solo defender con su espada de general! No es tan ligera como el florín galo ¡Le arremete uno y logra esquivarlo! La mente del general solo mira la posible salida ¡Chocan su espada y el florín! Hacen a la fuerza, mientras de su espalda saca su bayoneta y la funde en las vísceras del espadachín al que enfrenta.
¡Lo hinca!
Descubre que no atacan a la misma vez, dando ventaja tal vez o simple técnica ¡Se aprovecha y ahora enfrenta otro, que de dos pasos ya le lastima ¡Le raya el brazo y parte de la barbilla! ¡Sangra profusamente! Se siente herido pero la sangre no le para. En hábil maniobra con su espada de grado logra cercenarle el brazo que sostiene el florín ¡Al hincarse le atraviesa por la espalda el filo! Cae rendido.
El tercer espadachín al ver la habilidad de Díaz ¡Le empuja de bulto! Caen rodando a la tierra, ambos tratan de lastimarse profusamente ¡El francés empuja el vilo del florín y lo entierra clavándolo a un lado! Aprovecha esta palanca Díaz y al girar queda detrás de él ¡Le levanta la barbilla con fuerza y le corta la garganta! Deja ver su laringe que solo gime ¡No hay sonido! Se levanta Díaz y trata de silbar para que su monta se acerque ¡Sin respuesta! Un tronido de cañón le cae cerca ¡Lo levanta de tajo! Cae, se marea… ¡Observa un uniforme, pero no lo distingue! Su vista se nubla… ¡General!… ¡Señor… ¡Escuchó un grito:
¡Libertad y Reforma!
Es una de las brigadas de O’Horán que llega a diseminar a cualquier francés ¡Le suben a su monta recuperándose del morbo interno de un zumbido! Nadie le menciona que su barbilla está profusa de sangre, de comienzo pensaron le habían cortado la garganta, pero al examinarlo es solo un rozón de espada, pero ¡Si profundo!
– ¡A la monta por la libertad! – ordenaba el general Porfirio Díaz y se hicieron para alargar la batalla, pero ya del lado de los franceses que toman hacia la Hacienda de los Álamos a donde fueron alcanzados para continuar masacrando a los invasores ¡Los franceses corren despavoridos! Hasta torpes.
5 de mayo de 1862, once de la mañana.
¡Las campanas de Catedral tiñeron en punto! La brigada Toluca del general Felipe Berriozábal protege la plazuela San José; la brigada de Michoacán del general Rojo que protege la plazuela de San Francisco; el batallón fijo de Veracruz en la calle de Cárdenas un suburbio de las familias ricas de comerciantes; desde el Molino de Cristo se dejan venir un escuadrón de soldados del ejército de Oriente.
Era tanto el entusiasmo de los habitantes de Puebla que el Colegio del Estado abrió sus puertas a los jóvenes estudiantes para ver quienes deseaban participar en la batalla, ¡Ávidos hacen por acercarse a la plazuela! Su presencia engrosará la brigada de aquellos que no saben de armas ¡Los jóvenes contagian de locuras y desfachateces! Sonriendo reciben sus cargas y uniformes de infantería, con aún sus bozos, ojos abiertos de infante entre ellos bromean de cómo asesinar a un francés ¡Hacen la mímica! Sacando la lengua entre ríen, observados por su sargento que solo levanta los ojos al cielo en señal de paciencia, le hace una mueca a su coronel, quien solo ríe.
A tan solo el camino que lleva a Atlixco los estudiantes observan que regresan heridos y cercenados ¡En quejosos alaridos! Amputados, tuertos, mal heridos y con las tripas de fuera, en paisaje solo distan de asombro de sus aún inocentes pensamientos ¡No falta el bromista de ellos que hace del cojo caminando de forma hilarante! Todo el terror se olvida.
– ¡A la carga mis valientes! – Reciben la orden, los estudiantes corren mientras desde varios flancos solo ven tierra caer desde el cielo ¡Son los cañonazos franceses! – ¡Disparen a todos los que vean de pantalón blanco! – Se dio la orden. ¡Los estudiantes están envalentonados y son la avanzada de la brigada! – ¡Arreos de bayoneta! -Insta el coronel- de forma veloz pusieron el filoso argumento en la cara del cañón de sus fusiles y arremetieron contra los soldados invasores ¡Al encajar por primera vez la bayoneta en el cuerpo del enemigo se estremecen!
El coronel dio la última indicación: – ¡Matadles con todo el odio de cuando sus padres les negaron un abrazo! ¡Acordarse de todos los fuetazos que les propinaron como disciplina! ¡Ah por ellos! – Sabio el coronel sabe cómo arengarlos ¡Un pedagogo!
Continuará…