El calor de Victoria es arrasador, las temperaturas ejercen su fuerza con el peligro de contraer la malaria por el piquete de los mosquitos – abundan por miles-, las palmeras y cultivos de azúcar dan suficiente sombra ¡Es imposible mantener al ejército en paz! Unos hacen por acercarse al río San Marcos, otros por embrutecerse con el ron – que fluye livianamente- en sí la fortaleza del cuerpo de los ejércitos llamados de “contraguerrilla francesa” es su sanguinaria condición de empalar, atormentar, saquear y sus actos de la romana – cuatro caballos jalan por extremidad del maniatado hasta desmembrar por las coyunturas y zafarlo del tronco- ya temidos ¡Un infierno de fama cunde a los ejércitos liberales!
Ocurre que el general – ahora sí, con nombramiento mismo del emperador Maximiliano de Habsburgo- José Tomás de la Luz Mejía Camacho comanda el ejército de mayor capacidad y soltura de las fuerzas imperiales, mismas a la que les juró defensa por la soberanía.
Diestros jinetes de caballería le hacen la fama de invencible y el mote que cunde por todo México “El Mesías” ahora hace valor como ¡El mejor general que se hayan tenido en cuenta para el sostenimiento a espada del Imperio de México! Tiene la orden de juntar las fuerzas con el general francés Charles-Louis Du Pin, un canoso barbón de infinidad de batallas ¡Todas victoriosas!
Este francés tunde de humor rancio, acostumbrado a no bañarse – situación que se distingue a distancia y cerca- impetuoso calador de cigarros de la isla de Cuba – tiñe de ocre los bigotes y parte de sus barbas por el alquitrán- aunado con su humor ¡Revuelven el estómago! Además de que varias famas le anteceden como el tomar la sangre de sus vencidos, o exagerar la tortura para que confiesen.
– ¡Aquí los antiguos mexicanos lograban su bravura por consumir carne y sangre de los vencidos sacrificados! Con ello arrecian valor y habilidades – menciona, mientras degusta en un suculento manjar hecho del corpóreo vital, que en Tamaulipas la gente le comienza a llamar “morcilla” o “moronga”, al hervir la sangre coagula y se le pone garbanza seca, hojas aromáticas, tomillo y especias para ser degustado con tortillas de maíz.
Du Pin tiene que entrevistarse con el general Tomás Mejía – a regañadientes pues es un hombre libre y no desea estar a formas y disciplina de un mexicano ¡Que ofensa! Pero debe tragar saliva y obedecer ¡Una corte marcial a alguien tan sanguinario le cuesta el cuello! – admira sí al Mesías por su fama, pero tenerlo de mando no le es satisfactorio – a pesar que muchas de sus técnicas a caballo son autoría del pinalense general serrano- no obteniendo más opción entra a la gran casona del comerciante Don Ignacio Iguera, el de más prosperidad de la ciudad, un hacendado e influyente personaje que hace de cacique de la zona, imperialista, ferviente creyente que Tamaulipas debe ser parte fundamental de los planes del recién emperador.
La casa es grande con un portón donde caben carretas altas, carruajes de lujo que se esconden bajo los árboles en los patios de gala, las llamadas “despeinadas” –carretas llenas de caña de azúcar de la zafra para las haciendas productoras de ron- el patio principal cumple con todas las ordenanzas de su construcción que seguramente era de finales de la corona hispánica, gordos pilotes sostienen un techo de vigas con ladrillo plano que hacen de techo que al ser caleadas refrescan las habitaciones, los ojos de buey – ventanas redondas al gordo del muro que permiten el paso del chiflón- abundan por todo el conjunto, a pesar que el calor arrecia, grandes botijos de barro con agua enfrían el ambiente, dando la frescura que se requiere para esta ocasión de clima.
Du Pin es un hombre frontal, no se anda con rodeos, su vejez que, aunque no la tiene en edad su complexión le hacer parecer que sí, delgado con elocuentes habilidades para los idiomas – habla francés, español, inglés, godo y británico- un héroe de las guerras de Crimea y una fama de invencible que altera el orden de las poblaciones que visita.
Llega en un hediondo chaleco de cuero que se observa no ha tocado el agua en años, un cinturón con su pantalón impecable – a pesar de su hediondo olor a orines y obraje- su cigarro encendido que le aligera los humores, se sienta con su escolta de malandrines capitanes que más que milicia francesa parece un manojo de piratas: uno con una nariz herida por la sífilis, el otro con una cortada que le pulula aun, otro que pareciera el más leído un elegante capitán de mares franceses, elegante peluca y cuerpo atlético. Todos pasan a la sala de recepciones del comerciante Iguera, quien los espera con una pequeña fogata al centro de los sillones encendida en donde constantemente avientan sabia de árboles para crear un mejor olor ¡El general Du Pin ni siquiera se inmuta del detalle! Se acerca al saludo.
– ¡Anda cabrón comerciante que buena casa te cargas! – mientras que en carcajada esputienta, gargajea al hablar – ¡Las mujeres! Anda dime cabrón ¡Seguro que más de una de tus sirvientas te llenan las calurosas noches con sus sabores y aromas que vuelan la cabeza! – nuevamente con su carcajada jugosa – ¡Gracias mi amigo por darnos pernoctación por hoy! Seguro que mi general Tomás Mejía, tu amigo, y yo ¡Conquistaremos a esos putos liberales! Que se han gastado el dinero en juergas y mujeres ¡Diablo de cabrones! – sin escrúpulo ni medición Du Pin se apodera de la escena, su sonora carcajada hace de festín.
– ¡Bienvenido mi general! Esta es su casa y todo lo que observa está a su disposición – el comerciante dándole un abrazo evitando tomar aromas, pero el francés deja los brazos sin soltar ¡Adrede le conmina a respirar sus olores! – ¡Anda cabrón! ¿No te dijeron que un abrazo a un general no se le niega en tiempo? Anda abrázame – mientras que hace de no respirar ¡Hasta que no le quedó más que aspirar el fétido!
¡Volvió a reírse a carcajadas el francés!
– ¡Anda ya pues! ¿Tardará el general Tomás Mejía? Por mucho que he escuchado tanto de él que mi cabeza no hace más que tratar de describirlo ¿Es muy alto no es así? ¡Seguro es un hombre corpulento y ambicioso! Escuchen cabrones un general mexicano se faja en la honra y la victoria. Las mujeres le han de sobrar en su tálamo ¿Un florido amante de indígenas de piel canela? Seguramente un gran espadachín de esos de los poemas y las odas ¡Por dios que hasta nervioso estoy! – vuelve a ver a sus hombres y su risa flemosa le hace el tenor.
-¡No ha de tardar general! Es un hombre demasiado puntual ¡No conozco mejor persona! Seguramente usted y él en lo diferente se llevarán de manera magistral – mientras el comerciante Iguera no saca su nariz de la copa de vino que le sirve de resguardo.
¡Un piquete de coroneles en gallardo uniforme de estoperoles dorados entra por la puerta principal! – escolta previa del general Mejía- se acercan a tomar cada uno parte del salón, dando el saludo de grado al general Du Pin el cual responde hasta de manera hilarante, trató de hacer el abrazo, pero los capitanes sin cruzar palabra solo le miraron con respeto y solemnidad – ¡No nos es permitido abrazar a los generales mi señor! – le viró en respuesta uno de ellos, hizo el saludo marcial y se acomodó.
Después de ellos entró el general imperial Tomás Mejía, solemne con un caminado pausado y dando la mirada al general Du Pin acercándose respetuoso, pareciera hipnotizado. Los ojos del francés están abiertos ante la fisonomía reservada del mejor general de la historia de las batallas modernas de México, sinodal de propios y extraños, se acerca a tal forma ¡Que de pronto se pierden las dimensiones y pareciera que Mejía al acercarse crece en tamaño y complexión!
Al estar de frente a Du Pin, Mejía le toma de un brazo, le saluda en un fraternal, respetuoso y digno abrazo le hace ver su condición:
“… mi señor general Du Pin, Jefe de Estado Mayor de Besançon, maestre topógrafo de la gran China, comandante del cuarto cuerpo de Lyon y gran maestre de grado en topografía del nuevo imperio mexicano, señor de virtudes y gran ímpeto, mayordomía de almas de los enemigos y general supremo de los ejércitos de guerrilla para pacificar los traidores liberales ¡Quién es enemigo de los liberales es amigo de los conservadores! …”
Du Pin está extasiado, no lo podía creer ¡Era el primer mexicano que le sostenía el abrazo sin siquiera una mueca de desagrado por los humores! Además de recitarle su carrera militar en un saludo.
-¡Te honro general de la gran hermandad conservadora! Héroes de batallas que no alcanzo a nombrar en tan breve tiempo ¡Mis hombres y yo nos rendimos ante tu poderío! Atentos a tus órdenes, al verte, comprendo muchas de las narraciones poéticas a tu persona, me dignifica estar a tus órdenes y obediencia – los hombres del general Du Pin se miraban entre sí ¡Su general es otra persona! En décadas de pelear con él en Crimea, París y la invasión, de estar bajos las órdenes de un militar asestado de virtudes y vicios –los más- de su sanguinaria manera de llevar a cabo las guerras, quemar poblaciones enteras en esta invasión a aquellos que no sostienen al imperio como propio ¡No han visto tales finos modales en todo este momento! Por más, resaltar ¡Que jamás lo han visto comportarse así! Con sus muecas se lo hacen saber ¡Él no se inmuta!
Tomó valor Du Pin y se hizo fuerte, se sentó aún extasiado, como si el abrazo haya sido un elixir de abrirle los ojos al francés y obediente tomó su copa, dio un largo sorbo al vino que ofrecía el comerciante. El general Tomás Mejía saludó al comerciante:
“… Amigo mío que gusto de volver a encontrarle, agradecemos en nombre del emperador su excelentísimo señorío de Maximiliano de Habsburgo quien le envía un saludo y un presente, mismo que me honra entregarlo para que sus majestades cundan tus negocios.”
Extendió su mano y le obsequió una cigarrera de carey color naranja con las iniciales D.I. I el frontal y una veintena de los más finos productos de confección de Tabacalera Real de Querétaro, con caligrafía en oro puro con el emblema de la “M” – símbolo del imperio- una más para el general Du Pin quien agradeció el gesto poniéndose de nuevo de pie, asombrado por el regalo fino de exquisita hechura ¡Se extasiaba!
En los patios de la gran casona de Victoria quedaron esperando los ejércitos de Mejía y Du Pin, quienes mejor hubieran sido testigos de la gratitud y complacencia de los generales para sentirse como compañía, cercanos, en un acto de reverencia y obediencia, a pesar que las indicaciones eran de que ¡Nadie debiera de confrontar a ningún soldado sin orden alguna! – los franceses no conocían el uniforme de gala del total de los soldados del ejército de liberación conservador y viceversa-.
Así que a uno de los coroneles de Mejía de apellido Larrumbide que acompaña la sesión de presentación del Mesías con Du Pin ¡Escuchó en las afueras una algarabía!
¡Los soldados de ambos mandos se liaban a trompadas en los patios! Faltó premura y paciencia.
Bajó de inmediato el coronel Larrumbide, junto con Mejía y Du Pin observaron el zafarrancho asombrados, que se exponía ¡Los de azul se liaban con los de azabache y grana! Unos de un lado contra otros del contrincante ¡Empujones e improperios! ¡Puñetazos y abrazos hasta cae! Se reparten. Aquello escalaba y se mira que no paraba a pesar de los gritos de orden y compostura.
-Atended señores ¡A la orden! ¡Finura por piedad! Parad – mientras Larrumbide se sacudía el uniforme -y el peinado- al ser también incluido en los porrazos y ajetreos – ¡Tomaba del cuello a uno de los rijosos de su bando y le aporreaban el rostro los de azul! – franceses- ¡Atended que paren! Mientras uno de azul le toma por el cuello y le propina un golpe que lo desmayó.
¡Un trueno seguido de un gran destello paró el galimatías!
Sorprendidos se agazaparon, una vez su tundió la polvareda ¡El general Du Pin había hecho accionar un cañón sin carga! El estruendo dejó sordos momentáneamente a los que estaban en el ajetreo, quemaduras largas y de hombro, así como de cuello pulularon en ambos bandos ¡Se paró en seco la situación!
-¿Qué pasó aquí cabrones? ¿Quién empezó este pinche desmadre de porquería? Sabed muy bien mis aliados del ejército mexicano de conservadores que mis hombres saben cuál es la pena de armar un desmadre de esta naturaleza – ya muy sabedor de la utilidad y uso de las frases mexicanas- ¿Quién chingados comenzó esto? Uno de sus capitanes franceses encargado de la disciplina de apellido O Gorman, dio un paso adelante e indicó el parte de lo ocurrido.
“… mi señor estos hombres comenzaron con las bromas pesadas a los soldados mexicanos, haciendo improperios a sus mujeres y madres, les indicaron constantemente que ellas habían procreado parias y desalmados combatientes, a lo que ellos solo respondieron de manera física…”
Du Pin volteó a ver a Mejía para solicitarle indicaciones, a lo que el ahora general es su mando, le indicó “que hiciera lo necesario” retirándose Mejía al salón con el comerciante, subiendo las escaleras con su coronel Larrumbide.
La voz gargajienta se escuchó: – ¡Acercarse los involucrados! – pusieron a los franceses que comenzaron la revuelta delante del general – ¡Muy bien cabrones! Así que ahora nuestros hermanos de arma los valerosos soldados mexicanos imperialistas son víctimas de burla ¡No lo voy a permitir! No habrá una sola conmiseración a cualquier tipo de indisciplina que se presenten de ahora en adelante – Los colocó delante de una pared y ordenó al regimiento hacer su trabajo ¡Fusilaron a todos los franceses involucrados! A simples pasos de la casa el comerciante, una vez se calmaron todos ante tal lección ¡Regresó al salón Du Pin con ceño normal!
Se acercó a tomar una de las viandas cuando Don Ignacio Iguera le acercó un pañuelo, el general francés no comprendía la razón, hasta que Mejía le indicó:
– ¡Limpie de favor la sangre que tiene en los labios mi general!
Continuará…