La noticia del asesinato del presidente de los Estados Unidos Abraham Lincoln conmocionó al mundo entero, por parte de todas las naciones se alzaron voces en los periódicos y el imperio no estaba ajeno a ello, sabían que el apoyo incondicional de los norteamericanos, el financiamiento de armas, hombres, ex soldados de la recién terminada guerra separatista le daba el tono a rearmamento y consolidación de la nación vecina del norte, que la presencia de la corona europea en América debía ser retirada de un momento a otro.
Maximiliano ha logrado sostener un imperio a base de sangre, sus generales Miramón y Mejía le son aliados en sostener de una forma el delicado ecosistema que nutre lo que se consideraría ¡La potencia imperial más grande jamás conocida! Aún recuerda sus días como marino en la fragata Novara en las expediciones “científicas” que organizaba allá por 1850 – las realizaba en verdad porque sabía que, si conocía todos los mares podía construir sus fragatas de guerra y pelear los territorios conocidos contra España e Inglaterra- así que ahora estando sentado en el trono mexicano era la oportunidad.
La reunión versa entre Miramón y Mejía sus generales aliados en esta cruenta estadía en las américas, la locura nace de una idea ¡Constituir la marina mexicana de guerra jamás soñada!
-Escuchad mis señores – mientras les muestra los planos de varias fragatas con nombres de emperadores aztecas- esta fragata de las denominadas Muiron armada de veintiocho cañones de dieciocho libras y seis cañones de doce libras, tiene la capacidad de levantar a más de trescientos cincuenta hombres perfectamente armados, idéntica a aquella que trasportó a Napoleón de su regreso de Egipto, que debe el nombre al del soldado que le salva la vida cruzándose frente al emperador Napoleón de metralla en la batalla de Arcole, en su honor el diseño de estas fragatas llevan el nombre de Jean-Baptiste Muiron, después Napoleón se encargaría de que su familia y descendencia fueran cubiertos con una paga por la eternidad del imperio francés. Estas son las fragatas que he mandado construir en los astilleros nuevos de Veracruz, de las cuales he de decirles ¡Necesito un capitán de mares! Debemos buscarlo de entre los hombres, como saben, los mandos solo serán de mexicanos, por lo cual debemos de considerar uno de entre miles.
Miramón y Mejía se observan entre sí ¡Cierto es que sus mandos de generales son del tono de cientos de batallas ganadas! Pero ¿Capitanes de mar? De dónde saldrán tales hombres.
-Hablamos su excelentísima de aproximadamente unas… – ¡Doscientas fragatas mis señores! ¡Levantadas en estas mismas tierras mexicanas! – interrumpió el emperador ante la pregunta de Miramón – Mi señor me parece una idea de proporciones bíblicas ¿Contamos con los arreos suficientes de doblones para su construcción? De ser así ¿A dónde debemos de dirigirnos para obtenerlos?
El emperador caminó hacia su lustroso cajón de mando, una mesa barroca extraída de aquellas ruinas que quedaron de los saqueos liberales a los templos católicos, tomó una libreta forrada en fina piel de cervatillo, a puño y letra escribió con una elegante caligrafía los nombres de los obispos subversivos que sostienen la economía del imperio apostillados en Oaxaca, Guatemala, Guerrero y Chiapas, escribió unos mensajes, se los dio en carta cerrada a la cera con la gráfica del imperio de la doble “M”.
-Deseo mis señores que se dirijan estas cartas de manera personal a estos grandes terratenientes del imperio, ellos me han hablado de cofres completos de doblones de oro ¡No es una arenga de apoyo! Es una cantidad copiosa que debe ser escoltada por sus ejércitos completos ¡Completos insisto! Con ello construiremos afanes de fragatas, tendremos la mejor marina suficiente para que América del Sur y los Estados Unidos caigan ¡Imaginad sus ejércitos sobre estos bergantines caigan a nuestros países hermanos! Les dominaremos.
Miramón y Mejía recibieron las cartas, las reservaron con las escoltas e indicaron se fueran haciendo todo lo necesario para partir a la república de Yucatán, lugar hostil, abandonado a la buena de Dios, donde el imperio tiene poca presencia ¡Es más! Se considera un territorio donde nadie vive, que en realidad está plagado de europeos que buscan un poco de historia y chamanes de la selva lacandona.
– ¿Es toda su señoría? – atento Miramón pregunta – ¡No señores! No es todo, debemos aclarar ¿Qué continuará una vez el presidente de Estados Unidos ha sido asesinado? De nosotros es sabedor que el imperio no es grato a los ojos de la doctrina Monroe, eso de “América para los americanos” – hace seña con sus manos al aire- que busca el expansionismo del sistema de uso de capitales para sostener una nación ¿Imaginan? Vender todo y pagar impuesto de lo vendido ¡Vaya broma! Imaginad cada producto que se venda gravado con una cantidad para el erario ¡Roma cayó por eso! Los impuestos por tener habitación, caballos, tierras y el diezmo que recibían los curatos eran suficientes ¡Los imperios basados en el capital son una contradicción!
El general Miguel Miramón suele ser un soldado en extremo obediente, lo que su excelentísima decide se sabe que tiene una visión que él no puede dominar, bajo la filosofía de Cicerón – de la cual es seguidor- en su narración del Rey Dionisio con su concejal adulador Damocles sabe que la visión del emperador le nutren ¡Seiscientos años de historia! Él simple general mexicano – así se mira- tiene aún mucho que aprender, pero en su pensamiento cuestiona ¿Qué le hace al emperador construir una armada marítima de tan colosales dimensiones? Así que la oportunidad no la deja pasar:
– ¡Su excelentísima señoría! Máxime estirpe de estas tierras y las de ultramarinos ¿Hacía qué rumbo partirán nuestras naves una vez se tengan al pie de los mares del golfo? – un silencio se hizo mientras, el general Tomás Mejía hace una mueca de asombro ante tan irrespetuosa cuestión a su señoría, pero también es del interés del general pinelense tal embrollo.
El emperador se ajustó su banda de generalísimo envestido en una casaca de granas figuras, un pulcro pantalón de monta con albos destellos, enfunda unas botas de charol elegante y sus guantes de tocado, preparándose para una gala en el propio salón principal del castillo acompañado de su consorte la hermosa Beatriz de Córdoba -sabedores todos de una belleza que cautiva y que arrebata peleas a su rededor- su excelentísima le dirigió la mirada de cristalino mando y amplia sotabarba de fulgurantes pinceladas rubias al general Miramón.
– ¡Mi señor noto un tono de ironía en su cuestión! Que no me asombra ¡Mis generales deben decirme lo duro, lo delicado de cada decisión! Por ello caigo en sus confianzas mis señores ¡Pero les prometo que de insano pensamiento no aplico! Siendo el primo embate a considerar la toma de nuevo de las costas de Texas y Nueva Orleans ¡Por mi madre que en ello dejamos el imperio por encima de la merced! -De nueva cuenta los dos generales se miran, sabedores que lo que más locura les ha dado el día de hoy es semejante proeza.
-¡A tiento y cálculo mi señor! Os parece temprano de salvedad que partir los dos ejércitos hacia la república de Yucatán, sea en desproteger el imperio de los embates de los liberales que han ganado algunos territorios ¿Propicia prudente lograr esta hazaña? A la orden de saber sus posiciones – ¡Ambos generales dieron el saludo marcial hasta esperar respuesta del emperador!
– ¡Ahora me doy cuenta que mandar a ambos deja a un lado la fuerza total del imperio! ¿Están sus cofradías en ámbito de tal proeza? – ¡Sí señor! – contestaron al unísono.
– ¡Den la orden!
8 de mayo de 1865, ciudad de Oaxaca.
La entrada triunfal de La Hermandad de la Espada de Santiago a la ciudad dominada por el imperio ha causado la sensación ¡Papelitos multicolores vuelan en la llegada hacia la plaza principal! Vítores y arrebatos de observar un ejército de tal magnitud en la pequeña lozanía ha dejado boquiabiertos a los piquetes liberales que custodiaban ¡Sin enfrentamientos abandonan el lugar! De inmediato hacen saber sus intenciones.
¡Hacia la salida una emboscada de la hermandad logra tomar prisioneros! Unos cincuenta soldados de escuadra liberal, quienes la población habían acusado de no permitir la colocación de la escuela pública y haberse negado a otorgar un antiguo convento para la colocación de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura, así como no aplicar las leyes agrarias referentes a la disolución de conflictos del agua que se decretó ¡Pertenece el agua a todos! Y libre acceso a ella.
¡De inmediato fueron enjuiciados y llevados a fusilamiento! En tiempo no más de diez días.
La orden a la hermandad de Santiago es sencilla ¡Recibir el apoyo del Obispo de Oaxaca! En material de cajones de oro, cien montas adiestradas para la batalla, doscientas cabezas de ganado para manutención y arreo de lácteos – se incluyen cincuenta vacas- cien soldados de leva y cincuenta para entrenamiento como infantería a la que se le denominará “Primer batallón imperial de nuestra señora santa María de Oaxaca” adheridos al ejército del general Tomás Mejía, la hermandad les recibe y van haciendo el arreo para el regreso de tan relevante cantidad de insumos.
El señor Obispo de Oaxaca solicita una audiencia con el coronel Quinto Cohorte de la Hermandad de la Espada de Santiago, quien es el encargado de esta misión y bajo las estrictas órdenes del general “Sancho” Tomás Mejía Camacho de no hacerse apercibido del obispo, por el contrario ¡Negar a toda costa el contacto! Sabedor el general pinalense que saldrían reclamos por no regresar los bienes raíces que les quitó el presidente Juárez y que el propio emperador Maximiliano ha dado ya el bando que asiste la anexión de estos bienes al imperio.
¡El coronel Quinto Cohorte negó la audiencia! A lo que el pobre mensajero de la diócesis no hacía más que ir de un lugar a otro ¡Llevando postales de contestación mutua entre el coronel y el obispo! Cansado ya de las misivas, se le ocurrió citar a la entrada del jardín al señor Obispo, lugar en dónde estaba el Quinto Cohorte para de una buena vez terminar con el embrollo ¡No le avisó al coronel quien le arrestó! Pero al fin y al cabo ¡Están las dos mercedes juntas! Satisfecho el encuartelado observa la reunión mientras le atan las manos y le dirigen al calabozo móvil de la hermandad.
¡El señor obispo presuroso hace de piernas antes que el coronal monte! – Su señoría un favor de piedad ¡Su señoría no montar! Le tengo un mensaje para el emperador ¡Atendedme! – mientras camina hacia el coronel dándole alcance. Quien, al verse ya comprometido, agradecido por los arreos vastos y amplios le da el tiempo ¡Desobedeciendo al mando! Pero consiente de la excepción.
– ¡Mi señor obispo agradezco el apoyo al imperio! Tengo el tiempo de cuenta para el regreso, su abundancia nos llevará más días en llegar ¡Pero el imperio será bondadoso con la respuesta!
-¡Mi señor no me lleva tal encargo que solo una décima parte de lo que por acá obtenemos! Por la causa y bendiciones de nuestro excelentísimo emperador ¡No señor! Mi deseo es que usted nos haga el favor de acompañarnos a una simple reunión, en donde sabemos que su presencia cambiará por completo el rumbo del imperio ¡Le prometo por causa de mi propia vida que no se arrepentirá de acompañarnos!
El coronel comenzaba a sospechar de algún atentado a su persona, una trampa tal vez, pero la lozanía del buen obispo, su desprendido sentido de apoyo al imperio del propio, no le impedirá un día más de camino ¡A veces el caudal del río les hace esperad semanas a que baje! – ¡Te acompaño obispo! Tomo a tono la invitación – Ambos bajaron por el sendero hacia la gruta que cubre el cerro y que algunos lugareños hacen de historias, leyendas que pasadizos pasan por debajo de la ciudad de Oaxaca ¡Mitos aterradores, tradiciones le hacen la piel de gallina a propios! ¿Qué decir de la famosa llorona del campo santo? Hiela la sangre.
Se adentraron a la gruta y un amplio cuarto se abre con una perfecta sala de mandos militares, armas, municiones y bodegones se hacen ver hacia más se adentre uno con la vista al lugar – ¡Un ejército completo se tiñe con estas armas! – piensa el coronel de la hermandad mientras el obispo le hace el guiño de sentarse, una vez colocados del fondo de la gruta una figura alta y esbelta le hace mirar, gira la cabeza para observar ¡Es el propio emperador en persona! ¡Su excelencia emperador de centenaria estirpe Maximiliano Águila del Imperio!
¡De inmediato se hincó y puso la espada de frente!
-Calmad coronel, está bien todo ¡Calmad mi señor! ¡No es el emperador mismo! – le dijo el obispo. El coronel en una maniobra tomó de frente al emperador, sacó la espada para la defensa ¡Por su mente pasa el secuestro! – ¡Han mancillado a su excelentísima! – piensa.
– ¡Atrás imbéciles! Por mi honra que nadie saldrá con vida – les insistía, en astucia ya tomando vista hacia la salida ¡Cuando recibió un golpe en la nuca con un porrón! Se desmayó.
Cuando volvió en sí – nuevamente en la misma silla, pero ahora maniatado- trató de enfocar lo que sus ojos le muestran y el sentido dolor de cabeza que le hace un zumbido interno ¡Propio de algún mal! – ¡Nos has hecho lastimarte coronel! No era necesario, pero consideramos que la sorpresa te conminó a sacar tu proeza de gallardo protector ¡Te felicito! Pero ahora debes escucharnos.
El joven que más que un émulo ¡Es el propio emperador! Pero que se le distingue por el acento que no marca y un español fluido como nadie – es de saberse que la lengua materna del emperador es el godo avanzado ¡Siempre en tono de invasor su voz suena! La de este joven parece nativo de estas tierras-. Tomó la palabra el espurio águila del imperio.
– ¡Coronel Quinto Cohorte de la Hermandad de la Espada de Santiago! La sorpresa en su rostro no le hace mal hombre, agradezco su valor ¡Hubiera hecho exactamente lo mismo en tenor de lograr lo que mis ojos observan! Pero dígame una cosa ¿Encuentra diferencia entre mi persona y el emperador? – le arrebató la pañoleta que le evita hablar- ¡Conteste!
– ¡Son dos gotas de agua! Inverosímil – respondió asombrado.
Continuará…