Hay algo en el aire cuando el reloj se aproxima a su último aliento del año. Como un balón que se acerca a la portería, los minutos parecen retenerse, anticipando el gol de la esperanza, el remate del deseo. En ese fugaz instante, el mundo parece respirar al unísono, como un equipo que sabe que lo mejor está por venir, pero que necesita, como siempre, ese último esfuerzo para cerrar el ciclo. Y ahí, en ese umbral entre lo viejo y lo nuevo, uno se siente parte de una jugada que se extiende más allá de los límites de la cancha.
El fútbol, como la vida, no es sólo cuestión de goles. Es también de pases, de decisiones rápidas, de mirar el horizonte sin perder de vista el balón, como si cada momento fuera un disparo hacia el futuro. El año nuevo es una temporada fresca, sin que el marcador se haya reflejado aún, pero con la certeza de que, dentro de un parpadeo, las emociones nos impulsarán a avanzar. Nos ofrece la promesa de un juego nuevo, con las mismas reglas y la incertidumbre del resultado final. Pero, como en todo buen partido, lo único que importa es jugar.
Las amistades que se forjan en las tribunas, las que compartimos en cada paso del camino, son esas jugadas que nunca olvidamos. Son los goles en equipo que nos impulsan a continuar, esos abrazos que nos sostienen cuando el balón no entra o cuando la vida nos lanza un penalti imprevisto. La alegría del fútbol no radica solo en la victoria, sino en el gesto simple de un compañero que te ofrece su mano, en el suspiro colectivo que resuena en el aire cuando el equipo está unido, cuando la pasión es común. Eso también es un gol.
Al mirar hacia el horizonte del 2024, tal vez nos encuentre aún con algunos balones sin definir, con esas jugadas que se nos escaparon por milímetros. Pero lo bello del fútbol y de la vida es que siempre hay una nueva oportunidad. El árbitro nunca pita el final sin antes darnos la posibilidad de re engancharnos al juego, de reinventar nuestra estrategia y, por qué no, de hacer lo que no hicimos antes: ser el goleador de nuestras propias emociones.
La pelota sigue rodando, y con ella, los días, las estaciones, los momentos que no se detienen. Cada gol es una emoción que se lleva el viento, cada pase, una oportunidad para conectarnos con nosotros mismos y con los demás. El balón es, en definitiva, una metáfora del tiempo, de esa constante que no deja de moverse y que, por más que intentemos detenerla, siempre nos encontrará nuevamente en el campo, dispuestos a jugar, a soñar, a vivir.
Que este nuevo año nos sorprenda con la emoción de un balón que cruza la línea de meta, con la fuerza de un disparo certero y con la certeza de que, aunque el marcador aún esté en blanco, el partido ha comenzado. Y como en todo buen encuentro, la amistad, los goles y la pasión siempre serán la verdadera victoria. Ese es el verdadero juego profundo.
Que las letras y el balón sigan rodando.
Feliz 2025.