Ya eran las once pasaditas de la media y el sueño del feminismo mexicano se logró por vez primera en grado insuperable: había llegado –por fin– una mujer a la presidencia de la República. Alguien propuso romper un reloj con fechador y todo para marcar hacia la eternidad el instante preciso. Nadie lo hizo.
“Prometo guardar y hacer guardar la Constitución…” comenzó la presidenta su juramento todavía sin la banda tricolor en el cuerpo –vestido color marfil, bordado: cabellera recogida sobre la nuca, cuello esbelto–, y bajo el alto techo de la Cámara de Diputados, y con las palabras se hizo un silencio reverencial, cuya duración sería como un simple parpadeo en el ojo de la mañana.
Bajo las luces circulares de leds de alta intensidad, desde la techumbre, donde hace algunos años había un gigantesco y arácnido candil de dimensiones imperiales tan falso en su fulgor como sus diamantes de vidrio, el grito no se hizo esperar y pronto se volvió coro y al final casi charanga: ¡Presidenta, presidenta!
Pero resulta sencillo explicarse la nueva iluminación, si se hace a la luz del feminismo: no podría seguir colgado del techo un candil de cristal cuando hasta el techo de cristal ya ha sido roto y roto para siempre, como dijo en su momento la señora presidente (con E) de la Suprema Corte de Justicia, Norma Piña, a quien se le mira confinada, como excluida entre tantos devotos del presidente saliente con quien rompió lanzas y sufrió ataques, censura y acusaciones desde aquella tarde cuando no quiso levantarse en el acto de pleitesía al hombre a quien hoy Sergio Gutiérrez Luna, vicepresidente de la mesa directiva, llama simplemente ciudadano y para cuya recepción les pide a los diputados y diputadas de la comisión de cortesía, salir a la explanada del Palacio Legislativo y ofrecerle la bienvenida en este último acto público de su carrera política, según ha dicho ante el escepticismo de quienes lo conocen y más aún de quienes no lo conocen.
Y la presidenta llega de la mano de su esposo, el saludo a la bandera, la sonrisa interminable y el aplauso atronador colma el salón de Plenos. La maestra Ifigenia Martínez preside la sesión dificultosamente.
Pero, llega el momento de colocar la banda tricolor.
El expresidente se la quiere dar a doña Ifigenia quien no tiene fuerza ni comodidad para alzarse de la silla. Y hasta lo dice, apenas puedo, murmura. Entonces la presidenta estira un brazo y busca la seda. Hay palabras en voz baja, a ver, yo te la doy. Y ya con el símbolo en su poder, siente de pronto el auxilio de la cadete (a) Juana Jasmín Acosta Torres, quien la ayuda de la misma forma como ella hizo con el entonces presidente “legítimo” en aquella pieza teatral del años 2006.
Pero no debió ser este el personaje central de la mañana, aunque de alguna manera lo fue porque la presidenta lo mencionan como licenciado Andrés, etc.., etc… antes de dirigirse al Honorable Congreso de la Unión, como solía comenzar cualquier pieza oratoria.
Y todavía al final de la ceremonia se abrazan y acompañan y alzan los brazos y se regodean en su entusiasmo compartido, ella con la banda y él sin el poder. ¿O no?
Quizá algo más fuera del rigor y el protocolo haya sido el mitin minúsculo, pero incómodo en el vestíbulo de la Cámara de Diputados, para cuya alharaca poco sirvió el gigantesco, desmesurado y por lo visto inútil blindaje de camiones militares, transportes de grupos especiales de fuerzas policiacas, como esos integrantes del grupo Ciclón cuyos efectivos colman la calle Zapata y las arterias circundantes –Miguel Negrete, Curtiduría y otras–, en la ríspida e irremediablemente peligrosa colonia El Parque de la también feúcha alcaldía Venustiano Carranza.
Los quejosos, son empleados del Poder Judicial cuya estructura ha sido cimbrada por la Reforma Judicial de los últimos días del gobierno anterior, con pleno respaldo del gobierno entrante, debemos recordarlo, pero aún así los inconformes piden a gritos, en pleno vestíbulo de la Cámara, diálogo con la presidenta cuyo mandato se inicia con esas quejas, lo cual puede ser insustancial, pero es significativo o al menos anecdótico.
Es el primer acto político fuera del beneplácito del relevo constitucional. La primera protesta del sexenio.
–Nada más queremos hablar con ella, explicarle, estamos en plan pacífico, dice Liza Félix quien toma el micrófono en nombre de sus compañeros y suelta la arenga rodeada de cámaras y micrófonos; segura pero consciente de la audacia cometida.
Y a ella le pregunto a sabiendas de no lograre ninguna respuesta satisfactoria:
–¿Cómo se metieron a la Cámara si había tanta seguridad?
–Nos escondimos en lugares sin vigilancia desde ayer; nos pasamos la noche ocultos; no hemos comido, no hemos desayunado, no hemos dormido…” Otros llegaron hasta los elevadores. “Es que alguien los metió”, me dice un furioso integrante de la seguridad cameral.
Y este reportero quien acumula con esta toma de protesta diez ceremonias similares en los últimos años, recuerda a Felipe Calderón. También él se metió a la cercada Cámara cuando el hombre hoy sin banda había ordenado a sus huestes impedir un traslado constitucional del poder.
Y alguien dirá, pero eso fue hace mucho. También esto fue hace mucho y no es obstáculo para el signo político del nuevo gobierno; porque la señora presidenta se dirige a la nación, en estos términos:
“Buenos días a todos y todas Licenciado Andrés Manuel López Obrador, Honorable Congreso de la Unión, Suprema Corte de Justicia de la Nación, Gobernadoras y Gobernadores, Jefe de Gobierno, Invitadas e invitados especiales, Familia, Pueblo de México…”
El expresidente antes que el Congreso. Linda innovación.
Y, mientras ella habla el personal de seguridad, todos con una rictus de sonrisa pretendidamente amable, las conminan a salir del hall por una de las puertas laterales donde fueron instaladas las improvisadas cabinas de varias cadenas de radio, entre ellas la de Radio Congreso.
Y mientras tanto, la doctora seguía:
“…Hace exactamente 19 años, en este mismo recinto, en un atropello a la libertad, el Jefe de Gobierno del entonces, Andrés Manuel López Obrador, frente a aquella legislatura, pronunció un discurso que cimbró para siempre, la lucha por la democracia. En comparecencia frente al juicio de desafuero, cuyo único propósito era el intento de un fraude anticipado dijo: “ustedes me van a juzgar, pero no olviden que todavía falta, que a ustedes y a mí, nos juzgue la historia…”
Pero eso no sería todo. Habría más:
“Hoy, lo decimos con certeza y sin temor a equivocarnos: La historia y el pueblo lo ha juzgado. Andrés Manuel López Obrador, uno de los grandes.
“El dirigente político y luchador social más importante de la historia moderna. El presidente más querido, solo comparable con Lázaro Cárdenas, el que inició y termina su mandato con más amor de su pueblo y para millones, aunque a él no le gusta que se lo digan, el mejor presidente de México. El que inició, la revolución pacífica de la Cuarta Transformación.
“Usted nos ha pedido en varias ocasiones no develar bustos, ni poner su nombre en calles, avenidas, barrios o colonias, tampoco monumentos, ni hacer grandes homenajes, la verdad que no hace falta, porque usted estará por siempre donde solo residen los que luchan toda la vida, los que no se rinden, los que devuelven la esperanza y la alegría, usted estará siempre en el corazón del pueblo de México…
“…Profundas gracias, gracias, gracias (como el reciente libro), por siempre, ha sido un honor luchar con usted, hasta siempre hermano, amigo, compañero, Andrés Manuel López Obrador”.
Y a partir de ahí, Claudia Sheinbaum comenzó a hablar del futuro.
Detrás quedaron los posicionamientos de los partidos y la enjundia oratoria de Monreal y las tibias quejas de las oposiciones.
Ayer comenzó la construcción del Segundo Piso de la Cuarta Transformación. Y no hay más.