LA APUESTA DE ECALA
Amar lo que hacemos
Hoy en día amable Lector, hemos de tratar uno de los temas, que mayor dificultad lleva cumplirlo, cuando de corazones duros y sanforizados nos referimos: ¡Amar lo que hacemos!
Que de inmediato nos suena a Caridad, pero que si no caminamos de la mano de Cristo, el amar lo que hacemos, se convierte en una presunción.
¿Quién ama lo que hace?
Es sencillo, cuando una Madre amamanta a su hijo, está llevando la caridad a su máxima expresión, es un hecho natural de la caridad, amar lo que amamos.
Cuando un hermano, se preocupa por la situación que vive su propio hermano, le apoya le ayuda, le aconseja – que debería ser lo natural- estamos amando lo que hacemos, es sencillo amar al que amamos.
Cuando un hijo se desvía del bien, cuando erró el camino, el Padre y la Madre le aman y sanan sus heridas, es un acto de caridad natural, es sencillo amar lo que se ama.
Pero ¿Cuándo amar al que no amas?
¿Poner la otra mejilla? , ¡Espere! Dirá Usted:
¿Amar al que no me ama?, pero eso es ¡imposible!
Bueno, pues si anda uno escribiendo que amor al prójimo, que vivamos como cristianos, que estemos cercanos al que menos tiene, aplica, ¡Amar al desconocido! ¡Amar al que no te quiere!
¡Ese es el reto!
La caridad con los débiles, los pobres, los marginados, en definitiva, la caridad con los últimos de la sociedad, es lo que sostiene la esperanza cristiana.
Así lo indicó el Papa Francisco en la Audiencia General del miércoles pasado, 8 de febrero del 2017, en el Aula Pablo VI.
Esa caridad implica perdonar toda ofensa, responder con el perdón a todo agravio porque, según afirmó:
“el cristiano nunca puede decir, ‘me la pagarás’. ¡Nunca! Ese no es un gesto cristiano. La ofensa se vence con el perdón”. Continuó.
El Pontífice explicó que aquellos, dentro de la comunidad cristiana, a los que se les han encargado la responsabilidad y la dirección pastoral, “son los primeros en estar llamados a alimentar la esperanza, y esto no porque sean mejores que los demás, sino en virtud de un ministerio divino que va más allá de sus fuerzas”.
“Por ese motivo, tienen más que nadie necesidad del respeto, la comprensión y la ayuda benévola de todos”.
En su carta, continuó el Santo Padre, San Pablo centra la atención también “en los hermanos que están en mayor riesgo de perder la esperanza, de caer en la desesperación. Se refiere a los que están desanimados, a los débiles, a los que se sienten derribados por el peso de la vida y de sus pecados, y que ya no son capaces de levantarse”.
“En esos casos, la cercanía y el calor de toda la Iglesia deben ser incluso más intensos, y deben asumir la forma más exquisita de la compasión, del reconforto y de la consolación”.
En este sentido, el Santo Padre resaltó que “la compasión no es solo ‘piedad’. La compasión es sufrir con el otro, acercarme a aquellos que sufren. Una palabra, una caricia que procede del corazón”.
“La esperanza cristiana no puede prescindir de la caridad concreta y genuina”, recordó. Además, se refirió a la obligación de los cristianos de ofrecerse a los más necesitados para aliviar sus cargas sin esperar nada a cambio.
“El mismo Apóstol de los gentiles, en la Carta a los Romanos, afirma con la mano en el corazón: ‘Nosotros, que somos fuertes, tenemos el deber de portar la enfermedad de los débiles, sin compadecernos de nosotros mismos’”.
“Este testimonio no puede permanecer cerrado dentro de los confines de la comunidad cristiana: resuena con todo su vigor también fuera, en el contexto social y civil, como llamado a no construir muros, sino puentes, a no combatir el mal con el mal, a vencer el mal con el bien, la ofensa con el perdón, a vivir en paz con todos. ¡Esa es la Iglesia! Y en eso consiste la esperanza cristiana cuando asume los rasgos de fortaleza, y al mismo tiempo tiernos, del amor”. VATICANO, 08 Feb. 17 / 05:13 am (ACI) fin de la cita.
Amar al que menos tiene, no se refiere al pobre de dinero, o carente de algún bien material, sino de aquel que no tiene a Jesús en su corazón, y lo demuestra con hechos, con groserías, con maltratos y faltas de respeto hacia sus semejantes.
Eso de alguna manera le da poder y control, aunque al paso del tiempo, le enferme.
Existe una pobreza, la que más lastima, la que más ofende a los ojos de Dios, la pobreza del corazón.
Aquella en donde se anidan los traumas de niños, los miedos de adolescente, las faltas de cariño de adulto, la distorsión de la realidad, se conjuntan y forman la pobreza del corazón, resultado de una alta falta de amor familiar.
Esta persona, pobre de corazón, camina a nuestro lado, se sienta cercana a nosotros, y se dedica a medir con varas de efectividad muy altas, imposibles de cumplir, para que le dejen una satisfacción de dominio y de aminorar a los demás, señal de la gran pobreza en la que vive.
¡Es a esta persona a quien más debemos amar! – nadie dijo que fuera fácil-
Es acercarnos con cautela, con misión de Cristo, para lograr un cambio. Es alzar la voz de la oración a Cristo y a su Madre María Santísima de Guadalupe y pedirle que le cubra con su manto.
“En esos casos, la cercanía y el calor de toda la Iglesia deben ser incluso más intensos, y deben asumir la forma más exquisita de la compasión, del reconforto y de la consolación”. A esto se refiere el Papa Francisco, en el texto anteriormente citado.
¡Amar al que no te ama!
Caminemos pues de la mano de Cristo y su Madre María de Guadalupe, hacia el encuentro con el hermano, o hermana pobre de corazón, que grita con desesperación ¡Ayúdenme!
Pero que no sabe cómo decirlo, como expresarlo, porque no le fue enseñado.
La verdadera prueba del cristiano, del católico, del que se dice sabe amar a Cristo y a su Santa Madre Iglesia, es la de dar amor al que menos tiene, y amar al que sabe definitivamente, que no le ama.
Aquellos que “experimentan cada día la prueba, la precariedad, sus propios límites”, son los que nos ofrecen “un testimonio más hermoso, más fuerte, porque se mantienen firmes en la confianza en el Señor, sabiendo que, más allá de la tristeza, de la opresión y de la inevitabilidad de la muerte, la última Palabra será del Señor, y será una palabra de misericordia, vida y paz”. Catequesis del 8 de febrero del 2017.
Cuando se ama al que no te ama, cuando la caridad es una manera de vida, cercana y ejercitada, cuando vemos en los demás, que sus imperfecciones son áreas de oportunidad.
Cuando caminas en tu trabajo y ves a las personas con compasión y acompañamiento, cuando les saludas y olvidas las discrepancias.
Cuando sabes que nadie es perfecto, que nadie hará lo imposible, porque eso es solo obra de Dios, cuando comprendes que estar y auxiliar, es un don, un regalo de la caridad.
Cuando te entregas a los demás, cuando ejercitas sus cualidades y virtudes, las apoyas y les llenas de esperanza, hacia una sociedad que sabemos, deber ser mejor cada día.
Cuando camines y llegues a tu final, cuando Dios te mande llamar, cuando en su presencia, tu único abogado sea San Juan de la Cruz y te diga:
Cuando amaste, ¿Amaste realmente al que no te amaba? O ¿Sólo al que te amaba?…
… porque en el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados por el amor.
Luego entonces amigo lector, no nos quejemos del México que estamos viviendo, porque en ello nos quede claro: ¡Tenemos el País que queremos!? Esa es mi apuesta, ¡y la de Usted?…
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