CAPITULO II
1 de marzo de 1854, poblado de Ayutla distrito Ometepec departamento de Guerrero.
El calor de la mañana es solo comprable a los recuerdos cuando falta el aire en el campo de batalla, trata uno de respirar, pero solo se logra una bocanada del calor ahumado como el de una fogata, el sudor limpia la frente del polvo de haber andado la larga noche ¡Aún sin comer algo los ejércitos están en la espera de la orden! Pretende la firma un plan para derrocar al dictador Santa Anna -a quien alguien de mucha inteligencia se le ocurrió traerlo de su exilio en Colombia y hacerlo de nueva cuenta presidente de México- o continúan las hostilidades ¡El país está cansado de las inclemencias de la guerra! Esa que no cesa entre conservadores y liberales, los soldados ya ni saben a qué bando pertenecen ¡Interminable guerra civil!
El coronel cubano Florencio Villareal comanda a la Guardia Nacional con tres mil hombres fuertemente armados que están prestos a la batalla, esperan en San Diego Acapulco; el ejército de Juan Nepomuceno Álvarez se contiene de entrar al poblado con cuatro mil hombres y se acercan a esta zona de Ometepec un tanto más, el ejército de Ignacio Comonfort quien comanda a seis mil hombres de diferentes razas y nacionalidades – mercenarios- hace de su aparición en Ayutla.
Estas poblaciones pequeñas son el corazón de infamias, territorios olvidados por los centralistas donde cunde el pánico y el asalto, de lo que llaman la Costa Chica, las políticas nacionales llegan, impuestos absurdos por su Serenísima como el pago por cada ventana o puerta que tenga la casa, por los caballos que se tienen – aunque nadie ayuda para el sustento- pero los recursos para comandar estos parajes nunca; son el lugar perfecto para que comiencen revueltas y postinos, ahora es el lugar para declarar la guerra al presidente incansable ¡Héroe de batallas! Quien ha vendido el territorio de lo que llaman La Mesilla en Chihuahua, por la cantidad de cincuenta millones de dólares, de los cuales serán asignados a otra guerra, para evitar el expansionismo yanqui.
Las mujeres que acompañan a los hombres de los ejércitos de Comonfort, Villareal y Juan Álvarez, ellas han tomado las plazas y los cerros para tener a sus hombres alimentados, comadrean entre las del pueblo ¡Poco se llegan a entender! Los grandes ejércitos tanto liberales como conservadores toman a sus hombres de Oaxaca, Guerrero y Chiapas con la promesa de lograr que no solo adquieran un sueldo como soldados – situación que no falta, los propios coroneles son los encargados de mantener a sus ejércitos- tomando el ejemplo de Santa Anna de llevar mujeres a las batallas ¡Son un sustento de sanidad! Atienden a sus heridos, entierran a sus fallecidos ¡Todo funciona! Hermanos, padres e hijos, cuñados cunden por los dos bandos en esta guerra civil.
Para esta fecha Benito Juárez, quien era el director del Instituto Científico de Oaxaca, Guillermo Prieto y Melchor Ocampo se encuentran exiliados en Nueva Orleans y Brownsville Texas por orden de Santa Anna, ellos se mantienen como mano de obra de la Tabacalera New Orleans Co. En su paso por Cuba Juárez aprendió a realizar el cigarro, lo que le permite mantenerse en condiciones de privilegio dentro de la tabacalera, sin olvidar que sus iguales masones no permiten que tenga carencia alguna.
La pequeña casa que alberga la llegada de los coroneles en Ayutla es de simples adobes, sencillos pilares blancos que retozan de limpieza y el frescor lo dan las palmas que suben hasta escarpadas alturas dotando de bancos de sombra que aminoran el calor insoportable, la humareda es para controlar los mosquitos que no molesten, las mujeres en el fogón hacen de la delicia de salsas y tortillas recién quebradas. La mesa para firmar de puño y letra de cada coronel es de brillantes maderas en tonos rojizos, lustrosos vasos de barro realzan, café servido en torrentes de gorda arcilla aromatiza el lugar.
El primero en llegar es Comonfort con su avanzada – indios oaxaqueños de tez dura como la piedra, su cuerpo les hace ver que la labor del campo era lo de sus ayeres- enfundado en una casaca de los cortes de la Nueva España se mira ¡Aún extraña esos sabores conservadores! Aunque no se debiera de mirar esa filiación, su espada de mando en funda de impecable manufactura, sus botas lustradas que reflejan, empuñaduras de dorado hilo de oro. De similar manufactura se acercan Villareal y Álvarez, con la salvedad que sus uniformes les hacen ver de lo duro del camino hacia Ayutla, pasando por los cerros y malezas.
-Sus señorías atento en alegría estoy de haber aceptado tal compromiso, me llena de orgullo saber que a elocuentes misivas hemos coincidido y a simpleza, lograr un acuerdo que ponga fin al tirano dictador.
Villareal lleva en sus manos un ejemplar del Periódico Siglo Diez y Nueve – quienes desde la muerte de Lucas Alamán solo han guardado silencio de las tiranías del presidente, obligados por la Ley del ministro de justicia Teodoro Lares, quienes so pena de cárcel a cualquier periódico que hable mal de Santa Anna desde abril de 1853- el coronel sigue de cerca las aseveraciones políticas quienes sus autores en clave, mandan mensajes a las huestes en contra del tirano dictador Santa Anna.
– ¡Cuánta razón deberemos de exigirle al dictador! Para lograr de una vez y por todas levantar a la nación entera y ¡No tenga oportunidad alguna de regresar! ¿Es qué no hemos tenido suficiente? Porqué si vimos el daño que nos ocasionó su desparpajada actitud ¿Se volvió a traer? Debemos de dar un golpe de mando inmediato y comenzar hostilidades- recrimina Villareal. Una de las mujeres que les atiende pone en la mesa un abundante guiso de salsa acompañada de tortillas – ¡Coman sus mercedes! – les indicó la encorvada anciana. Se acercaron y de manera hábil hicieron de la salsa que contenía trozos de carne de cerdo y frijoles ¡Los hombres de avanzada se acercaron! Mientras aún saborean los manjares de tierra ¡Comonfort toma la palabra!
– Hasta aquí podemos tolerar la mansalva del dictador – mientras saborea el manjar- ¡Por dios mujer que picosa la pinche salsa! – se queja mientras hace de poder limpiarse – Pero ¡Qué diablos mujer! – arremete, aun “moqueando” por lo enchilado hace traer el café y a golpe de fuerza trata de lograr concentrarse, mientras el coronel Álvarez, quien doma el embate de la salsa sin quejarse, toma la palabra.
-Señores míos, la contundencia de todos los que estamos aquí permita debamos construir un Congreso Constituyente, tomando como base la de 1841, sabemos de fuentes cercanas que los conservadores desean convertir en monarquía a México, con ello tendrían el apoyo de algunos principados europeos y por supuesto que la anuencia del Papa Pío Nono, debemos ser una república representativa y popular, avanzar hacia una representatividad y lograr a toda costa generar un juicio al dictador Santa Anna y sus políticas que han caído en lo verdaderamente ridículo. La permanencia en el poder de Santa Anna es un amago constante para las libertades públicas, ni siquiera los países menos desarrollados que nosotros tienen así violentadas las garantías individuales, en contubernio con príncipes europeos y el Papa desean implementar un poder de alianzas y contubernios.
– ¡Eso no lo podemos poner mi coronel Comonfort! Es una afrenta directa y en un instante tendremos a toda Europa saboreando alguna invasión.
– ¡Está bien escribano! Atiende a la moción de Álvarez y establece solo como “Poder Absoluto”- el escribano hizo lo propio, solo pidió un instante para volver a redactar en otro pergamino lo acordado.
– ¡Ha faltado el dictador a su solemne compromiso de dejar viejas rencillas en el pasado! Arremetiendo con dureza a todos los periódicos que le confrontan ¡Con pena de cárcel a opositores!
– ¡Nuevamente señor Comonfort lo invito a la cordura sin realces específicos! Pensarán que lo que signamos está únicamente a favor de la libertad de expresión ¡Seamos contundentes con las palabras! Pero que sea objetiva la moción ¡No nos alzamos por los periodistas! – El escribano está al pendiente porque de nueva cuenta ¡Debe redactar otro pergamino! Así que toma el uso de la voz, en clara sencillez, con el cuidado que representa estar ente estos grandes coroneles, sabedor que la espada es la respuesta a un comentario desatinado o de tono equivocado hace de paz y voz ecuánime.
-Sus señorías, en el afán de avanzar con este documento ¡Del cual me jacto de gratitud por tomar a mi persona en cuenta! Les ruego si lográramos hacer un pequeño ensayo de lo escrito, así sus benevolentes personas podrán hacer las correcciones pertinentes al caso y si me lo permitís, aún pudiéramos si así lo consideran prudente, ir dando mayor tono de honorabilidad una vez lo tengamos en un sencillo ensayo.
– ¿Nos estás diciendo pendejos escribano? ¡Voto a Satán! – rugió el coronel Florencio Villareal mientras que sus hombres que le acompañan solo esperan la voz para hacer del brazo del escribano ¡Un retuerce para que se desdiga! ¡Al escribano se le doblan las corvas! – Su señoría no es mi intención…- mencionó – ¡Parad Villareal! -intervino Comonfort- El escribano tiene razón ¡Guardaos la calma! En la ventura de la emoción debemos ser más exactos en lo que se va a redactar ¡Anda escribano toma un poco más de café y tranquilízate! Ahorita nos ponemos de acuerdo en las palabras y doy la anuencia que haga un escrito de prueba, ya luego hacemos las correcciones pertinentes.
– ¡Pero los escritos que se firman son de un solo tiro de puño mi coronel! – arengaba Villareal.
– ¡Dejemos que las cosas que tienen que ver con lo de redactar lo haga el escriba! Usted adhiérase a la idea pertinente, ¿Estamos en el entendido? – a regañadientes el coronel Villareal volvió a sus escritos propios los leía una y otra vez lo que en su tenor desea se redacte, tomó la palabra.
-Que debiendo conservar la integridad del territorio de la República, ha vendido una parte considerable de ella a los norteamericanos, sacrificando a nuestros hermanos de la frontera a vivir como extranjeros en su propia tierra ¿Sí lo puso bien señor? – dirigiéndose al aun nervioso escriba – ¡Sí mi señor! – contestó pasando saliva. Así al paso del día se fueron construyendo todos y cada uno de lo que sería un bando para levantar a la nación en contra de Santa Anna, entre brebajes y comidas suculentas – picosas- algunos enojos de Villareal, Comonfort continuó con lo que permitiría restablecer un sentido al ya de por sí convulsionado tiempo que les toca vivir.
El paso siguiente es el plan, cierto es que la justificación sobra en antecedentes, pero el orden a ejecutar requería un sentido propio de acciones a llevar a cabo, primero el cese inmediato de Santa Anna como presidente; segundo, que cada estado sostenido por su ejército designe a un representante y una vez reunidos asignen un presidente, estos mismos sirvan de consejo para que en periodo corto se vaya a elecciones; tercero, el presidente elegido gozará de todas las facultades que le imprimen la gallarda envestidura.
– ¡A partir de ahora nuestros hombres serán parte del Ejército Libertador! Anexando por orden a este plan a los ejércitos de los generales Nicolás Bravo, Juan Álvarez y Tomás Moreno. Quienes tendrán todos los derechos de uso de las fuerzas armadas para que hagan valer este plan y todos los anexos que le intervienen.
El escribano ya un poco más tranquilo hizo de la lectura del documento completo ¡Todos estuvieron de acuerdo! Se hicieron unas modificaciones ¡Las pertinentes! Todos lo revisaron varias veces y al estar en total acuerdo signaron el documento, Comonfort tomó la palabra una vez cerrado el asunto.
-Cabe mis señores, que tendremos un inconveniente a tomar que no deseo quede registrado en este plan que proponemos ¡Resulta de verdadera importancia que os lo comunique! Un general aliado de los conservadores que comanda ocho mil hombres fieles, los cuales están en Jalpan dentro de la sierra de Querétaro, a él se le considera ¡El mejor mando de caballería! Tendrá mucho que hacer en contra de nuestros ejércitos, que no solo de gallarda reputación ¡Me consta de sus habilidades en combate! José Tomás de la Luz Mejía Camacho ¡De corazón conservador! No dejemos a un lado su bravura ¡Atendedlo de inmediato coronel Álvarez! Si no se nos une ¡Matadle!
– ¡Así lo haré señor!
Continuará…