GOTA A GOTA
LA IRA
Los antiguos griegos y romanos consideraban la ira, junto a la lujuria, una pasión intensa y peligrosa. En particular, Séneca la percibía como la más destructiva. “Apetito de causar daño”, decía Tomás de Aquino. El iracundo lanza una gran fuerza volitiva; implica una formidable energía para alcanzar un fin, una capacidad de irritarse, de enojarse, cuya consecuencia normal es la venganza. La ira de Aquiles en la ‘Ilíada’ ante la muerte de su amigo Patrodo despierta su pulsión vengativa. Reta a Héctor, el troyano; lo vence y arrastra sus despojos alrededor de la muralla de Troya ante la mirada sollozante de Hecuba, su madre. Si no lo hubiera hecho así, hubiese parecido una falta, una debilidad: Era su obligación, una forma de restablecer el equilibrio roto.
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He atestiguado esos arrebatos en el presidente electo de México una reunión con el presidente actual, ambos con sus gabinetes respectivos. Después de haber vociferado en las plazas públicas con ira contra la ‘mafia del poder’, llega a Palacio Nacional con el mismo ánimo, aunque ya sin el grito. Y ahí ante la nación entera, con evidente saña le dice: “Cancelaré la reforma educativa”. No expone razones. Simplemente con aire de vencedor incontrovertible anuncia lo que más le duele al presidente actual, la destrucción de su orgullo reformista. ¿Era necesaria tal venganza, esta vez con ira contenida, pero evidente?. Pues ¿quién pone en duda su nihilismo, esa pulsión de destruir cuanto ha emprendido su antecesor? Como el Dios colérico del Dios del Antiguo Testamento. “El amor y paz” enunciado en algún momento en plena bipolaridad por no decir esquizoide, se desvanece y aparece su otro rostro: el del rencor que estalla sin ton ni son en el contexto de una falsa tersura que supuestamente guía la transición democrática. ¿Por qué la humillación? Si va a cancelar la reforma, pues que lo haga. Tiene todo para hacerla. Tiene su mayoría clientelar. Tiempo y espacio para la devastación. Pero se hubiera podido reservar la ira y la venganza. Razón y paciencia es lo que piden y exigen las instituciones de la república. Si todo va a ser obra de fuerza, que este vengador recuerde que tiempo después, del combate entre Héctor y Aquiles, Paris disparó justo en el talón del héroe homérico una flecha mortal.