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Autarquía
La raíz de la palabra es griega: Autapxnia que significa autoabastecimiento o autosuficiencia. Algo que no ha tenido lugar ni siquiera en las comunidades primitivas. Menos aún en Grecia, pues en aquellas ciudades-Estado sólo aludía a su soberanía política. Pero curiosamente, reaparece como una moda en el siglo XX, un concepto unido al nacionalismo económico, como un esquema de la economía fascista en Italia. En la segunda Gran Guerra, adquiere una fuerza singular. Hitler lamentaba haber ingresado a la economía mundial, en vez de atenerse a la autarquía.
Podríamos decir que a todo nacionalismo radical la acompaña el ideal autárquico. El presidente electo de México ha hablado de ‘autosuficiencia alimentaria’, tal vez no en el sentido de bastarnos a nosotros mismos, pero sí en el de esa escalada de importaciones de granos básicos. Subyace a su discurso la preocupación de acrecentar la producción agrícola, de alentar el campo. Para mejorar el bienestar de la población. Lo cual parece justo siempre y cuando no se trate de un ideario proteccionista, un tanto trasnochado como el de Donald Trump.
Recordemos la experiencia amarga del SAM (Sistema Alimentario Mexicano), un programa que echó a andar José López Portillo con resultados nada exitosos. Demasiados recursos públicos. Beneficios magros. Recrear esa historia resulta un tanto romántica en la era global. A este respecto cabe aplicar un criterio pragmático. Alentar el campo estimulando su potencial creador, abrir caminos para vivir bien, pero respetando siempre la división internacional del trabajo. Como en todas las realidades de este mundo, es necesario poner en la balanza los equilibrios, del costo-beneficio, velando siempre por el bienestar común. Tal es el deber de un estadista responsable.